miércoles, 20 de octubre de 2010


¿Qué es para mi la alegría ?
Volver a escuchar tu risa,
pues solo era escuchar tu voz
es lo que necesita mi corazón

Todas mis sonrisas
a ti te las debo,
pues aparecen en mi rostro
cada vez que te recuerdo




Cada paso que doy
lo doy hacía a ti,
y en lugar de esperarme
te alejas más de mi.

Solo se que yo te quiero
y que no te puedo olvidar
pues por mas que yo lo intente,
SIEMPRE te voy a amar..

Pero no me rendiré tan fácilmente
nunca lograrás salir de mi mente,
pues nunca te dejaré de querer
y hasta la muerte te esperaré.

sábado, 2 de octubre de 2010

Amor a distancia


AMOR A DISTANCIA

Vivir amor a distancia
Es verdadero amor
Es saber si sobrevive
El amor entre los dos

Quien dijo que es imposible
Saber sobrellevar
Una relación de amor
A distancia sin flaquear

Es una prueba de vida
De amor y de fortaleza
Que a distancia también puedas
Calmar aquellas tristezas


Tristezas que acompañan
La vida de tu pareja
Y que a distancia seas capaz
De brindarle tu fortaleza

Que valentía de aquellos
Que sepan cultivar
Aquel amor que la distancia
Hoy separa con crueldad

Por que desconfiar de aquel amor
Que la distancia aleja
Si se ama de verdad
De corazón nunca se deja

Se vive en el corazón
Se lleva en el pensamiento
Se cultiva con devoción
Y se revive en el reencuentro.

martes, 22 de junio de 2010

Si sufro por ti.. Me amaras?

Tuve que inclinarme por encima de varios cuadros apilados para poder leer el poema enmarcado que estaba colgado en el centro de la pared de la sala del atestado apartamento. Viejo y gastado, el anticuado paisaje con su poema impreso decía así: Mi Querida Madre Madre, querida madre
Cuando pienso en ti
Quiero ser
todo lo que es bueno,
Lo que es verdadero.
Todo lo que es digno
Noble o maravilloso

Ha venido de ti, Madre,
De tu mano que me guía

Lisa, una artista de ingresos muy modestos cuyo apartamento hacía también las veces de estudio de arte, señaló el poema y rió con jovialidad.
—Es demasiado, ¿verdad? ¡Tan cursi!
Pero sus siguientes palabras delataron un sentimiento más profundo.
—Lo rescaté cuando una amiga mía se mudó; ella iba a tirarlo. Lo había comprado como broma en una tienda barata. Pero yo creo que tiene algo de verdad, ¿no le parece? —Volvió a reír y agregó con tristeza: — El hecho de amar a mi madre me ha traído muchos problemas con los hombres. En ese punto, Lisa hizo una pausa y reflexionó. Alta, de grandes ojos verdes y cabello oscuro largo y lacio, era una belleza. Me indicó que me sentara en un colchón cubierto por una manta que estaba en un rincón relativamente más despejado del suelo y me ofreció té. Mientras lo preparaba, guardó silencio unos instantes. Lisa había acudido a mi atención por medio de una amiga mutua que me había contado parte de su historia. Por haber crecido con el alcoholismo en su familia, Lisa era co—alcohólica. La palabraco—alcohólico simplemente se refiere a alguien que ha desarrollado un patrón dañino de relacionarse con los demás como consecuencia de haber estado involucrado de cerca con alguien que padece la enfermedad del alcoholismo. Ya sea que el alcohólico haya sido uno de sus padres, un cónyuge, hijo o amigo, la relación por lo general provoca el desarrollo de ciertos sentimientos y ciertas conductas en el co—alcohólico: escaso amor propio, necesidad de ser necesitado, un fuerte deseo de cambiar y controlar a los demás, y voluntad de sufrir. De hecho, todas las características de las mujeres que aman demasiado por lo general están presentes en las hijas y esposas de alcohólicos y otros adictos. Yo ya sabía que los efectos de una niñez pasada intentando cuidar y proteger a su madre alcohólica habían influido profundamente en la forma en que Lisa se relacionaría con loshombres más tarde en su vida. Esperé con paciencia y pronto comenzó a ofrecerme algunos detalles. Lisa era la segunda de tres hijos, nacida entre una hermana mayor que había ocasionado el apresurado matrimonio de sus padres y un hermano menor que había sido otra sorpresa, nacido ocho años después de Lisa, mientras su madre aún bebía. Lisa era el producto de su único embarazo planeado. —Siempre pensé que mi madre era perfecta, tal vez porque yo necesitaba tanto que lo fuera. La convertí en la madre que yo quería y luego me dije que yo sería exactamente como ella. ¡En qué fantasía vivía! —Lisa meneó la cabeza y prosiguió.— Yo nací cuando ella y mi padre estaban más enamorados que nunca, por eso fui su favorita. Aunque ella decía que nos quería a todos por igual, yo sabía que era muy especial para ella. Siempre pasábamos juntas todo el tiempo que podíamos. Cuando yo era muy pequeña supongo que me cuidaba, pero después de un tiempo intercambiamos los roles y yo empecé a cuidarla a ella.
"Mi padre se comportaba de una manera horrible; la mayor parte del tiempo. La trataba con grosería y perdía todo nuestro dinero en el juego. Tenía un buen sueldo como ingeniero, pero nosotros nunca teníamos nada y siempre estábamos mudándonos. "¿Sabe? Ese poema describe la forma en que yo quería que fuera mucho más que cómo era en realidad. Finalmente comienzo a ver eso. Toda mi vida quise que mi madre fuera la persona que describe ese poema, pero la mayor parte del tiempo ella no podía siquiera acercarse a ser mi madre ideal porque estaba ebria. Siendo muy joven aún, comencé a darle todo mi amor y todas mis energías, con la esperanza de recibir lo que necesitaba de ella, de recibir lo que yo estaba dando. —Lisa hizo una pausa y sus ojos se empañaron un momento.— Estoy aprendiendo todo esto con la terapia, y a veces duele mucho ver cómo fue en realidad en lugar de cómo siempre pensé que podía lograr que fuera. "Mi madre y yo éramos muy unidas, pero a muy temprana edad (tanto que ni siquiera recuerdo cuándo sucedió) comencé a actuar como si yo fuera la madre y ella, la hija. Me preocupaba por ella y trataba de protegerla de mi padre. Hacía pequeñeces para alegrarla. Me esforzaba por hacerla feliz porque ella era todo lo que tenía. Sabía que me quería porque a menudo me decía que me sentara a su lado y nos quedábamos así mucho tiempo, muy juntas y sin hablar en realidad, simplemente abrazadas. Ahora, al recordarlo, me doy cuenta de que siempre temí por ella, siempre esperando que pasara algo horrible, algo que yo debía haber sido capaz de evitar si tan sólo hubiese tenido el cuidado suficiente. Es una manera dura de vivir cuando uno está creciendo, pero nunca conocí otra cosa. Y tuvo su efecto. Cuando era adolescente, comencé a tener graves episodios de depresión.

Lisa rio suavemente.

—Lo que más me asustaba de la depresión era que cuando me sucedía no podía cuidar bien a mi madre. Verá, yo era muy concienzuda... y tenía tanto miedo de dejarla, aunque fuese sólo por un momentito. La única forma de dejarla era aferrarme a otra persona. Lisa trajo el té en una bandeja laqueada roja y negra y la colocó en el suelo, delante de nosotras. —A los diecinueve años, tuve la oportunidad de ir a México con dos amigas. Era la primera vez que dejaba a mi madre. Nos quedaríamos tres semanas, y la segunda semana que estuve allí conocí a aquel mexicano tremendamente apuesto que hablaba inglés a la perfección y era muy galante y atento conmigo. En la tercera semana de mis vacaciones, todos los días me pedía que me casara con él. Decía que estaba enamorado de mí y que no soportaba la idea de estar sin mí ahora que me había encontrado. Bueno, quizás ése fuera el mejor argumento para usar conmigo. Me refiero a que me decía que menecesitaba, y todo en mí respondía al hecho de ser necesitada. Además, creo que en algún nivel yo sabía que tenía que alejarme de mi madre. En casa todo era oscuro, deprimente y sombrío. Y aquel hombre me prometía una vida maravillosa. Su familia era adinerada. El tenía una buena educación. No hacía nada, por lo que yo veía, pero yo creía que era porque tenían tanto dinero que él no necesitaba trabajar. El hecho de que él tuviera todo ese dinero y aun así creyera necesitarme para ser feliz me hacía sentir inmensamente importante y útil. "Llamé a mi madre y se lo describí, entusiasmada. Ella me dijo: "Confío en que tomes la decisión correcta." Pues bien, no debió hacerlo. Decidí casarme con él, lo cual fue definitivamente un error. "Verá, yo no tenía idea de lo que sentía con respecto a nada. No sabía si lo amaba ni si él era lo que yo quería. Sólo sabía que al fin había alguien que decía que él me amaba a mí. Yo había salido con muy pocos muchachos, no sabía casi nada sobre los hombres. Había estado demasiado ocupada encargándome de las cosas en casa. Estaba tan vacía por dentro, y aquella persona me ofrecía lo que me parecía una enormidad. Y decía que me amaba. Durante tanto tiempo había sido yo quien daba amor, y ahora parecía haber llegado mi turno de recibirlo. Y justo a tiempo. Sabía que estaba casi totalmente agotada, que no me quedaba nada para dar. "Bueno, nos casamos de prisa, sin que lo supieran sus padres. Ahora parece algo muy loco, pero en aquel momento parecía demostrar lo mucho que me quería... que estaba dispuesto a desafiar a sus padres con tal de estar conmigo. Entonces yo pensaba que se rebelaba al casarse conmigo, una rebelión suficiente para enfurecer a sus padres, pero no tanto como para que lo echaran. Ahora lo veo de otra manera. Después de todo, él tenía secretos que guardar respecto de su identidad y conducta sexuales, y el hecho de tener una esposa lo hacía parecer más "normal" que el no tenerla. Supongo que a eso se refería al decir que me necesitaba. Y, por supuesto, yo fui una elección perfecta, pues al ser estadounidense siempre resultaría fuera de lugar, sospechosa. Cualquier otra mujer, especialmente de su propia clase social, al ver lo que yo vi, tarde o temprano se lo habría dicho a alguien. Entonces toda la ciudad se habría enterado. Pero ¿a quién iba a decírselo yo? ¿Quién hablaba conmigo? ¿Y quién iba a creerme? "Sin embargo, no creo que nada de eso haya sido deliberado o calculado de su parte, como no lo eran mis motivos para casarme con él. Simplemente encajábamos juntos y, al principio, pensamos que era amor. "De todos modos, después de la boda, ¿adivine qué pasó? ¡Tuvimos que ir a vivir con aquella gente que ni siquiera estaba al tanto de nuestro matrimonio! Oh, fue horrible. Ellos me odiaban y yo tenía la impresión de que hacía ya cierto tiempo que estaban enfadados con él. Yo no hablaba una palabra de español. Todos en su familia sabían hablar inglés, perono querían. Yo estaba totalmente desconectada y aislada, y desde el comienzo tuve mucho miedo. El me dejaba sola por las noches con mucha frecuencia, de modo que me quedaba en nuestra habitación y finalmente aprendí a dormirme, hubiera llegado él o no. Yo ya sabía sufrir. Lo había aprendido en casa. En cierta forma, creía que ése era el precio que debía pagar por estar con alguien que me amaba, que eso era lo normal. "A menudo él regresaba borracho y cariñoso, pero eso era realmente horrible. Yo podía sentir el perfume de otras mujeres en él. "Una noche, yo ya había estado dormida por algún tiempo y me despertó un ruido. Allí estaba mi esposo, borracho, admirándose frente al espejo, con mi bata puesta. Le pregunté qué estaba haciendo y me dijo: "¿No crees que me veo bonito?" Hizo un gesto femenino y vi que tenía los labios pintados. "Finalmente, algo se cortó. Supe que tenía que salir de allí. Hasta entonces había sido desdichada, pero estaba segura de que la culpa era mía, de que, de alguna manera, yo podía ser más cariñosa y hacer que él deseara quedarse conmigo, hacer que sus padres me aceptaran e incluso que me tuvieran cariño. Estaba dispuesta a esforzarme más, al igual que con mi madre. Pero eso era diferente. Eso era una locura. "No tenía dinero ni manera de conseguirlo, entonces al día siguiente le dije que si no me llevaba a San Diego contaría a sus padres lo que había hecho. Mentí y le dije que ya había llamado a mi madre y que ella me esperaba, y que si me llevaba allá no volvería a molestarlo. No sé de dónde saqué el coraje, porque en realidad pensaba que él me mataría o algo así, pero dio resultado. El tenía mucho miedo de que sus padres se enteraran. Me llevó hasta la frontera sin decir palabra y me dio dinero para un pasaje en autobús a San Diego y unos quince dólares. Así fue como terminé en San Diego, en casa de una amiga. Me quedé allí hasta que conseguí empleo y después alquilé una vivienda con tres personas más e inicié un estilo de vida bastante loco.
"A esa altura ya no tenía absolutamente ningún sentimiento propio. Estaba completamente insensibilizada. Pero seguía sintiendo aquella tremenda compasión, la cual me metió en muchos problemas. En los siguientes tres o cuatro años salí con muchos hombres sólo porque sentía pena por ellos. Tuve suerte de que las cosas nunca escaparan a mi control. La mayoría de los hombres con quienes me involucré tenía problemas de drogas o de alcohol.
Los conocía en fiestas u, ocasionalmente, en bares, y ellos también parecían necesitar que los comprendiera, que los ayudara, y eso era como un imán para mí." La atracción que sentía Lisa hacia esa clase de hombres tenía sentido perfectamente desde el punto de vista de su historia con su madre. Lo más cercano al hecho de ser amada que había experimentado Lisa consistía en ser necesitada, de modo que cuando un hombre parecía necesitarla, en realidad le estaba ofreciendo amor. No era necesario que fuera amable, generoso ni cariñoso. El hecho de que estuviera necesitado bastaba para reavivar los viejos sentimientos que ella ya conocía e incitar su reacción de proporcionar cuidados. La historia de Lisa continuaba. —Mi vida era un desastre, y también la de mi madre. Sería difícil decir cuál de las dos estaba más enferma. Yo tenía veinticuatro años cuando mi madre dejó de beber. Lo hizo de la manera más difícil. Sola en la sala, hizo esa llamada a A.A. y pidió ayuda. Enviaron a dos personas que hablaron con ella y la llevaron a una reunión esa tarde. Desde entonces no ha bebido más. Lisa sonrió ligeramente por el coraje de su madre. —Realmente debió de llegar a ser insoportable, porque era una dama muy orgullosa, demasiado orgullosa para llamar a menos que estuviera desesperada. Gracias a Dios, yo no estuve allí para verlo. Seguramente me habría esforzado tanto para hacerla sentir mejor que ella nunca habría recibido verdadera ayuda. "Mi madre había comenzado a beber realmente mucho cuando yo tenía unos nueve años. Yo volvía de la escuela y ella estaba tendida en el sofá, dormida, con una botella a su lado. Mi hermana mayor se enojaba conmigo y me decía que yo no quería ver la realidad porque jamás admitiría lo mala que era, pero yo amaba demasiado a mi madre para permitirme siquiera advertir que ella estaba haciendo algo malo. "Éramos muy unidas, por eso, cuando las cosas empezaron a desmoronarse entre ella y papá, quise compensarla. Su felicidad era para mí lo más importante del mundo. Yo sentía que tenía que compensarla por las cosas que hacía mi padre y que la lastimaban, y lo único que yo sabía hacer era ser buena. Entonces, era buena en todas las maneras en que sabía serlo. Le preguntaba si necesitaba ayuda con algo. Cocinaba y limpiaba sin que me lo pidiera. Trataba de no necesitar nada para mí. "Pero nada daba resultado. Ahora comprendo que yo asumía dos fuerzas de increíble poder: el deterioro del matrimonio de mis padres y el creciente alcoholismo de mi madre. No tenía oportunidad de solucionarlo, pero eso no evitaba que lo intentara... y que me culpara a mí misma cuando fracasaba. "Verá, la infelicidad de mi madre me dolía mucho y sabía que había áreas en que yo podía mejorar. Mi trabajo en la escuela, por ejemplo. En eso no me iba demasiado bien porque, por supuesto, en casa estaba bajo mucha presión, tratando de cuidar a mi madre, preparando las comidas y finalmente trabajando afuera para ayudar. En la escuela sólo me quedaban energías para un trabajo brillante por año. Lo planeaba con esmero y lo mostraba para que las maestras vieran que no era idiota. Pero el resto del tiempo apenas pasaba. Ellas decían que no me esforzaba de verdad. ¡Ja! Nosab ían cuánto me esforzaba... para mantener todo bien en casa. Pero mis calificaciones no eran buenas, y mi padre gritaba y mi madre lloraba. Yo me culpaba por no ser perfecta. Y seguía esforzándome más que nunca." En un hogar gravemente disfuncional como éste, donde hay dificultades aparentemente insalvables, la familia se concentra en otros problemas, más simples, que en cierto modo prometen ser solucionables. De esta manera, el trabajo y las calificaciones escolares de Lisa se convirtieron en el foco de atención de todos, inclusive de Lisa misma. La familia necesitaba creer que ese problema, de ser rectificado, traería armonía. Había una intensa presión sobre Lisa. No sólo trataba de solucionar los problemas de su padre al tiempo que cargaba con las responsabilidades de su madre, sino que también se la identificaba como lacausa de esa desdicha. Debido a las proporciones monumentales de su tarea, nunca experimentó el éxito, a pesar de sus esfuerzos heroicos. Naturalmente, su sentido del propio valor se resintió en forma terrible. —Una vez llamé a mi mejor amiga y le dije: "Por favor, déjame hablarte. Si quieres, puedes leer un libro. Sólo necesito a alguien del otro lado de la línea." ¡Ni siquiera creía merecer que alguien escuchara mis problemas! Pero ella me escuchó, por supuesto. Su padre, era un alcohólico en recuperación que asistía a A.A. Me costaba muchísimo admitir que algo andaba mal, a menos que la culpa fuese de mi padre. Realmente lo odiaba. Lisa y yo bebimos nuestro té en silencio unos momentos mientras ella luchaba con amargos recuerdos. Cuando pudo continuar, dijo simplemente: —Mi padre nos dejó cuando yo tenía dieciséis años. Mi hermana ya se había ido. Ella tenía tres años más que yo, y en cuanto cumplió los dieciocho consiguió un empleo de tiempo completo y se marchó de casa. Entonces quedamos solamente mi madre, mi hermano y yo. Creo que comenzaba a ceder a la presión que yo misma me imponía para mantenerla a salvo y feliz, y para cuidar a mi hermano. Entonces fui a México y me casé, volví y me divorcié, y después anduve con muchos hombres durante años. "Unos cinco meses después de que mi madre ingresó al programa de A.A., conocí a Gary. El primer día que pasé un rato con él estaba drogado. Paseamos en el auto con mi amiga, que lo conocía, y él estaba fumando marihuana. Le agradé y me agradó, y ambos por separado nos pasamos esa información a través de mi amiga, de modo que pronto me llamó y vino a visitarme. Hice que posara para mí mientras yo lo dibujaba, sólo por diversión, y recuerdo que me sentí abrumada de sentimientos por él. Era la sensación más poderosa que había tenido por un hombre. "Otra vez estaba drogado y, sentado allí, hablando lentamente (usted sabe, como hablan bajo el efecto de la "hierba"), y tuve que dejar de dibujar porque mis manos empezaron a temblar tanto que no podía hacer nada. Sostenía el block de dibujo inclinado, apoyado sobre mis rodillas, para que él no pudiera ver cómo me temblaban las manos. "Hoy sé que a lo que yo reaccionaba era al hecho de que él hablaba como lo hacía mi madre cuando había estado bebiendo todo el día. Las mismas pausas largas y palabras cuidadosamente seleccionadas que salían como demasiado recalcadas. Todo el amor y el cariño que yo sentía por mi madre se combinaban con mi atracción física hacia él como hombre apuesto. Pero por entonces yo no tenía idea de por qué estaba reaccionando así; entonces, por supuesto, lo llamé amor." El hecho de que la atracción de Lisa hacia Gary y su relación con él empezaran tan poco tiempo después de que su madre dejara de beber no fue una casualidad. El vínculo que unía a ambas mujeres nunca se había cortado. Aun cuando las separaba una considerable distancia geográfica, su madre siempre había sido la primera responsabilidad y el vínculo más profundo para Lisa. Cuando la joven comprendió que su madre estaba cambiando, que se estaba recuperando de su alcoholismo sin su ayuda, reaccionó por miedo a que no la necesitaran. Pronto, Lisa estableció una nueva relación de profundidad con otro individuo adicto. Después de su matrimonio, sus relaciones con los hombres habían sido superficiales, hasta que llegó la sobriedad de su madre. Se "enamoró" de un adicto cuando su madre recurrió a Alcohólicos Anónimos en busca de ayuda y apoyo para recuperarse. Lisa necesitaba una relación con una persona activamente adicta para sentirse "normal". Lisa siguió describiendo la relación de seis años que tuvo con Gary. Gary se mudó al apartamento de ella casi de inmediato y dejó en claro, durante sus primeras semanas juntos, que en caso de que alguna vez tuvieran que elegir entre comprar droga y pagar el alquiler, para él la droga siempre estaría primero. Sin embargo, Lisa estaba segura de que cambiaría, que llegaría á valorar lo que tenían juntos y querría preservarlo. Estaba segura de que podría hacer que la amara como ella lo amaba. Gary rara vez trabajaba y cuando lo hacía, fiel a su palabra, utilizaba sus ingresos para pagar la marihuana o el hachís más costosos. Al principio Lisa lo acompañó en el consumo de drogas, pero al ver que interfería con su capacidad de ganarse la vida lo dejó. Después de todo, era responsable por mantener a ambos, y tomaba su responsabilidad en serio. Cada vez que pensaba en decir a Gary que se marchara —después de que él había vuelto a sacarle dinero del bolso o cuando al volver, exhausta, del trabajo, encontraba una fiesta en el apartamento, o cuando él no había venido a casa en toda la noche— él compraba una bolsa de comida o la esperaba con la cena lista o le decía que había comprado un poco de cocaína especialmente para compartirla con ella, y la decisión de Lisa se esfumaba mientras se decía a sí misma que, después de todo, Gary la amaba. Las historias que él le contaba de su niñez la hacían llorar de pena, y Lisa estaba segura de que, si lo amaba lo suficiente, podría compensarlo por todo lo que había sufrido. Sentía que no debía culparlo ni hacerlo responsable de su comportamiento, puesto que lo habían dañadocuando niño, y al concentrarse en remediar el pasado de Gary llegaba a olvidar su propio doloroso pasado. Una vez, durante una discusión en que ella se negó a darle un cheque que le había enviado su padre como regalo de cumpleaños, Gary clavó un cuchillo en todos los cuadros del apartamento. Lisa prosiguió con su historia. —En ese entonces estaba tan enferma que llegué a pensar: "La culpa es mía; no debí hacer que se enojara tanto." Seguía culpándome por todo, tratando de reparar lo irreparable. "El día siguiente fue un sábado. Gary había salido un rato y yo estaba limpiando todo, llorando y tirando las pinturas de tres años. Tenía el televisor encendido para distraerme, Y estaban entrevistando a una mujer que había sido golpeada por su esposo. No se le veía la cara, pero hablaba de cómo había sido su vida y describió algunas escenas bastante horribles y después dijo: "No me parecía tan malo porque yo aún podía soportarlo." Lisa meneó la cabeza lentamente. —Eso es lo que yo estaba haciendo: seguía en aquella situación terrible porque aún podía soportarla. Cuando oí a esa mujer, dije en voz alta: "¡Pero tú mereces algo más de lo peor que puedas soportar!" Y de pronto me oí y empecé a llorar mucho porque comprendí que yo también. Yo merecía más que el dolor y la frustración Y la pérdida y el caos. Con cada pintura arruinada me dije: "Ya no viviré así." Cuando Gary volvió, sus cosas estaban empacadas, esperándolo afuera. Lisa había llamado a su mejor amiga, que había traído a su esposo, y esta pareja ayudó a Lisa a tener el coraje de decir a Gary que se marchara. —No hubo una escena porque estaban mis amigos, por eso simplemente se marchó. Más tarde empezó a llamarme y a amenazarme, pero yo no reaccionaba de ninguna manera, de modo que después de un tiempo se dio por vencido. "Sin embargo, quiero que entienda que no lo hice sola; me refiero a no reaccionar. Esa tarde, cuando todo había pasado, llamé a mi madre y le conté todo. Ella me dijo que comenzara a ir a las reuniones de A.A. para hijos adultos de alcohólicos. Solamente le hice caso porque estaba sufriendo demasiado." Se trata de una comunidad de parientes y amigos de alcohólicos que se reúnen para ayudarse entre sí y a sí mismos a recuperarse de su obsesión por el alcohólico que hay en sus vidas. Las reuniones de hijos adultos son para hijos de alcohólicos que desean recuperarse de los efectos de haber vivido con el alcoholismo cuando niños. Esos efectos incluyen la mayoría de las características de amar demasiado. —Entonces comencé a entenderme. Gary, para mí, era lo que el alcohol había sido para mi madre: era una droga de la que yo no podía prescindir. Hasta el día en que lo eché, siempre me había aterrado la idea de que se marchara, por eso hacía todo cuanto podía para complacerlo. Hice todas las cosas que había hecho cuando niña: trabajar duro, ser buena, no pedir nada para mí y encargarme de lo que era responsabilidad de otro. "Como el sacrificio propio siempre había sido mi patrón de vida, no habría sabido quién era yo sin alguien a quien ayudar o algún sufrimiento que soportar." El profundo apego de Lisa a su madre y el gran sacrificio de sus propias necesidades que requería ese vínculo la prepararon para posteriores relaciones de pareja que involucraban sufrimientos más que cualquier tipo de realización personal. Cuando niña, ella había tomado una profunda decisión de rectificar cualquier dificultad en la vida de su madre a través del poder de su propio amor y desinterés. Esa decisión pronto se volvió inconsciente, pero continuó impulsándola. Totalmente desacostumbrada a evaluar formas de asegurar su propio bienestar pero experta en promover el bienestar de los demás, asumía relaciones que prometían otra oportunidad de enmendarlo todo para otra persona mediante la fuerza de su amor. Fiel a su historia, el hecho de no ganar ese amor a través de sus esfuerzos sólo la hacía esforzarse más.
Gary, con su adicción, su dependencia emocional y su crueldad, combinaba todos los peores atributos de la madre y el padre de Lisa. Irónicamente, eso explicaba su atracción hacia él. Si la relación que tuvimos con nuestros padres fue esencialmente sana, con expresiones adecuadas de afecto, interés y aprobación, entonces, como adultas, tendemos a sentirnoscómodas con las personas que engendran sentimientos similares de seguridad, calidez y una dignidad positiva. Más aun, tendemos a evitar a la gente que nos hace sentir menos positivas con respecto a nosotras mismas a través de sus críticas o de su manipulación para con nosotras. Su conducta nos resultará repelente. Sin embargo, si nuestros padres se relacionaron con nosotras en forma hostil, crítica, cruel, manipuladora, dictatorial, demasiado dependiente, o en otras formas inadecuadas, eso es lo que nos parecerá "correcto" cuando conozcamos a alguien que exprese, quizá de manera muy sutil, matices de las mismas actitudes y conductas. Nos sentiremos cómodas con personas con quienes se recrean nuestros patrones infelices de relación, y tal vez nos sentiremos incómodas e inquietas con individuos más apacibles, más amables o más sanos en otros aspectos. O bien, debido al desafío de intentar cambiar a alguien a fin de hacer feliz a esa persona o de ganar afecto o aprobación reprimidos, tal vez simplemente nos sintamos aburridas con la gente más sana. A menudo el aburrimiento encubre sentimientos leves a intensos de malestar, que las mujeres que aman demasiado tienden a sentir cuando no están en el ya conocido rol de ayudar, esperar y prestar más atención al bienestar ajeno que al propio. En la mayoría de los hijos de alcohólicos, como también en los de otras clases de hogares disfuncionales, hay una fascinación con las personas que implican problemas y una adicción a la excitación, especialmente a la excitación negativa. Si el drama y el caos siempre estuvieron presentes en nuestra vida y si, como sucede con tanta frecuencia, nos vimos forzados a negar muchos de nuestros sentimientos mientras crecíamos, a menudo necesitaremos acontecimientos dramáticos para poder engendrar un sentimiento. De esta manera, necesitamos la excitación que nos proporcionan la incertidumbre, el dolor, la decepción y la lucha sólo para sentirnos vivos. Lisa concluyó su historia. —La paz y la tranquilidad de mi vida después de la partida de Gary me enloquecían. Necesité todo mi esfuerzo para no llamarlo y volver a empezarlo todo. Pero poco a poco me fui acostumbrando a una vida más normal. "Ahora no estoy saliendo con nadie. Sé que todavía estoy demasiado enferma para tener una relación saludable con un hombre. Sé que saldría a buscar otro Gary. Por eso, por primera vez, mi proyecto seré yo misma en lugar de tratar de cambiar a otra persona." Lisa, en relación con Gary, al igual que su madre en relación con el alcohol, sufría un proceso de enfermedad, una compulsión destructiva sobre la cual ella sola no ejercía control alguno. Tal como su madre había desarrollado una adicción al alcohol y era incapaz de dejar de beber por sus propios medios, Lisa había desarrollado lo que también era una relación adictiva con Gary. No hago esta analogía ni empleo la palabraadictiva a la ligera al comparar la situación de ambas mujeres. La madre de Lisa se había vuelto dependiente de una droga, el alcohol, para evitar experimentar la intensa angustia y la desesperación que le producía su situación en la vida. Cuanto más utilizaba el alcohol para evitar sentir el dolor, más obraba la droga en su sistema nervioso para producir los mismos sentimientos que ella quería evitar. En última instancia, el alcohol aumentaba su dolor en vez de disminuirlo. Entonces, por supuesto, bebía más aun. Así fue como entró en la espiral de la adicción. Lisa también trataba de evitar la angustia y la desesperación. Sufría una profunda depresión subyacente, cuyas raíces se remontaban a su dolorosa infancia. Esa depresión subyacente constituye un factor común en los hijos de todo tipo de hogares gravemente disfuncionales, y sus maneras de enfrentarla o, lo que es más típico, de evitarla, varían según el sexo, la disposición y el rol que tuvieron en la familia durante la niñez. Cuando llegan a la adolescencia, muchas jóvenes, como Lisa, mantienen su depresión a raya desarrollando el estilo de amar demasiado. Al desarrollar relaciones caóticas pero estimulantes, que las distraen, con hombres inadecuados, están demasiado excitadas para hundirse en la depresión que está latente justo por debajo del nivel de la conciencia.
De esta manera, un hombre cruel, indiferente, deshonesto o difícil en otros aspectos se convierte, para esas mujeres, en el equivalente de una droga, y crea así un medio de evitar sus propios sentimientos, en la misma forma que el alcohol y otras sustancias que alteran el estado de ánimo crean en los drogadictos una vía de escape temporaria, de la que no se atreven a separarse. Tal como sucede con el alcohol y las drogas, estas relaciones inmanejables que proporcionan la distracción necesaria también acarrean su carga de dolor. En un paralelo con el desarrollo de la enfermedad del alcoholismo, la dependencia en la relaciónse profundiza hasta el punto de la adicción. El hecho de estar sin la relación —es decir, estar sola con una misma— se puede experimentar como algo peor que el mayor sufrimiento producido por la relación, porque estar sola significa sentir el nuevo despertar del gran dolor del pasado combinado con el del presente. Las dos adicciones son paralelas en ese aspecto, e igualmente difíciles de vencer. La adicción de una mujer a su pareja o a una serie de parejas inapropiadas puede deber su génesis a una variedad de problemas familiares. Aunque resulte irónico, los hijos adultos de alcohólicos tienen más suerte que los de otros antecedentes disfuncionales porque, al menos en las grandes ciudades, a menudo existen grupos de Alcohólicos Anónimos para apoyarlos mientras tratan de solucionar sus problemas con el amor propio y con las relaciones. La recuperación de una adicción a una relación implica conseguir ayuda de un grupo de apoyo adecuado a fin de quebrar el ciclo de la adicción y de aprender a buscar sentimientos de valor propio y bienestar en otras fuentes, no en un hombre incapaz de fomentar esos sentimientos. La clave radica en aprender a vivir una vida sana, satisfactoria y serena sin depender de otra persona para ser feliz. Es triste, pero para quienes están enredados en relaciones adictivas y quienes están atrapados en la telaraña de la adicción química, la convicción de que pueden manejar el problema por sí solos a menudo evita que busquen ayuda y, por lo tanto, anula la posibilidad de recuperación. Debido a esa convicción —"puedo hacerlo solo"— a veces las cosas deben empeorar mucho antes de que puedan empezar a mejorar para tanta gente que lucha con alguna de esas enfermedades de adicción. La vida de Lisa tuvo que llegar a ser irremediablemente inmanejable para que ella pudiera admitir que necesitaba ayuda para vencer su adicción al dolor. Por otra parte, no la ayudaba el hecho de que nuestra cultura otorga un viso romántico al sufrimiento por amor y a la adicción a una relación. Desde las canciones populares hasta la ópera, desde la literatura clásica hasta los romances arlequinescos, desde las telenovelas diarias hasta los filmes y obras de teatro aclamadas por la crítica, estamos rodeados por innumerables ejemplos de relaciones inmaduras e insatisfactorias que se ven glorificadas y ensalzadas. Una y otra vez, esos modelos culturales nos inculcan que la profundidad del amor se puede medir por el dolor que causa y que aquellos que sufren de verdad, aman de verdad. Cuando un cantante canta con voz suave y melancólica acerca de no poder dejar de amar a alguien a pesar de lo mucho que eso lo hace sufrir, hay algo en nosotros —tal vez a fuerza de vernos repetidamente expuestos a ese punto de vista— que acepta que lo que expresa el cantante es lo correcto. Aceptamos que ese sufrimiento es parte natural del amor y que la voluntad de sufrir por amor es un rasgo positivo en lugar de negativo. Existen muy pocos modelos de personas que se relacionan con sus pares en forma sana, madura, honesta, no manipuladora y no explotadora, y esto quizá se deba a dos razones. En primer lugar, con toda sinceridad, tales relaciones son bastante escasas en la vida real. En segundo lugar, dado que la calidad de la interacción emocional en las relaciones sanas a menudo es mucho mas sutil que el flagrante drama de las relaciones insatisfactorias, su potencial "dramático tiende a ser pasado por alto en la literatura, el teatro y las canciones. Si nos vemos acosados por estilos perjudiciales de relacionamos, tal vez sea porque eso es casi todo lo que vemos y sabemos. Debido a la escasez de ejemplos de amor maduro y comunicación sana en los medios, durante años he tenido la fantasía de escribir un episodio de cada una de las telenovelas principales. En mi episodio, todos los personajes se comunicarían en forma honesta, cariñosa y no a la defensiva. No habría mentiras, ni secretos, ni manipulaciones, nadie que estuviera dispuesto a ser la víctima de otra persona y nadie sería el victimario. En cambio, los espectadores que vieran el episodio de ese día verían personas comprometidas en tener relaciones sanas entre si, sobre la base de la genuina comunicación. Este estilo de relación no sólo se opondría mucho al formato normal de esos programas sino que además ilustraría, por medio del extremo contraste, lo saturados que estamos de las representaciones de explotación, manipulación, sarcasmo, búsquedas de venganza, trampas deliberadas, celos, mentiras, amenazas, coerción, etc.; ninguna de estas cosas contribuye a una interacción saludable. Cuando uno piensa en el efecto que tendría un segmento que presentara una comunicación honesta y un amor maduro sobre la calidad de estas sagas, hayque considerar también el efecto que tendría la misma alteración en la vida de cada uno de nosotros. Todo sucede en un contexto, inclusive nuestra forma de amar. Necesitamos tener conciencia de los defectos nocivos de nuestra visión social del amor y resistimos a la inmadurez superficial y contraproducente en las relaciones personales que ésta idealiza. Necesitamos desarrollar conscientemente una forma de relacionamos más madura y abierta que la que parece apoyar nuestro medio cultural, para poder cambiar el torbellino y la excitación por una intimidad más profunda.

jueves, 22 de abril de 2010

De que somos esclavos? de las heridas que recibimos cuando eramos pequeños? de nuestros traumas o miedos de la infancia? de lo que alguien decidio que fueramos? de una relacion que no nos satisface? de un trabajo que no disfrutamos? de la rutina diaria?
Hay que liberar! tirar el costal que que llevamos en la espalda con el que guardamos resentimiento, rencor y culpa. hay que dejar de culpar a otros y a nuestro pasado por que no marcha bien nuestras vidas. Cada mañana, al abrir los ojos, nacemos de nuevo, recibimos otra oportunidad para cambiar lo que no nos gusta y para mejorar nuestras vidas. La responsabilidad es toda nuestra. La felicidad no depende de nuestros padres. de nuestras parejas, de nuestros amigos, y mucho menos de nuestro pasado, la felicidad solo depende de nosotros mismos.
Que es lo que nos tiene paralizado? el miedo al rechazo? el exito? el fracaso? el que diran? a que cometamos errores? a estar solo? .. Rompamos las cadenas que nosotros mismos hemos impuesto, a lo unico que hay que tener miedo es a no ser nosotros mismos, a dejar pasar nuestra vida sin hacer lo que queremos, a desaprovechar esta oportunidad de mostrarnos a otros, de no decir lo que pensamos, de no compartir lo que tenemos.. Somos parte de la vida y como todos, podemos caminar con la frente en alto. Los errores del pasado ya han sido olvidados, y los errores de futuro seran perdonados.. Demonos cuenta de que nadie lleva un registro de nuestras faltas, solo nosotros mismos.
Cuando vamos a demostrar nuestro amor a nuestros seres queridos? cuando nos queden unos minutos de vida? cuando les queden a ellos unos minutos de vida? El amor que no demostremos hoy se perdera para siempre, hay que recordar que la vida es tan corta y tan fragil.. que no tenemos tiempo que perder en rencores y estupidas discusiones. Hoy es el dia de perdonar las ofensas del pasado y de arreglar las viejas rencillas, entregarnos a los que amamos sin esperar cambiarlos, aceptarlos tal como son y respetando el don mas valioso que hemos recibido : Su libertad, solo asi demostraremos el amor que sentimos.
Hay que disfrutar de las relaciones sin hacernos drama. sin pretender que todos hagan lo que nosotros queremos o que sean como nosotros decidimos, si pretendemos controlar a los que nos rodean llenaremos nuestras vidas de conflictos.. permitamos a otros que tomen sus propias decisiones como hemos tomado las nuestras, tratanto siempre de lograr lo que es mejor para todos. y asi podremos llenar nuestra vida de armonia . Por ultimo.. que estamos esperando para disfrutar de la vida? que se arreglen todos nuestros problemas? que se quiten todos nuestros miedos? que llegue el amor de nuestras vidas? que regrese el se fue? que todo salga como nosotros queremos? que se acabe la crisis economica? que suceda un milagro? que por arte de magia todo sea hermoso y perfecto? Hay que despertar! esta es la vida, esta es la pura y cruel realidad, la vida no es lo que sucede cuando nuestros planes se cumplen, ni lo que pasara cuando tengamos eso que tanto deseamos.La vida es lo que esta pasando en este preciso instante. Nuestras vidas en este momento es leer este parrafo, donde estemos haciendo algo, y con las circunstancias que nos rodean ahora, En este momento nuestros corazones llevan sangre a todas la celulas de nuestro cuerpo y nuestros pulmones llevan oxigeno a donde se necesita, en este momento algo que no podemos comprender, nos mantiene vivos y nos permite ver, pensar, expresarnos, movernos, reir, hasta llorar si queremos...
Sabemos que la vida no es perfecta, que esta llena de situaciones dificiles, a lo mejor asi se supone que sea.. tal vez por eso nos estan brindando todas las herramientas que necesitamos para enfrentarla: Una gran fortaleza que nos permite soportar las perdidas, la libertad d elegir como reaccionar ante lo que sucede, el amor y el apoyo de nuestros seres queridos.
Quien soy yo para decir todo esto? Les contestaré.. que no soy nadie, soy simplemente una version diferente a lo que son los demas, otro ser humano entre miles de millones, pero una que ha decidido ser libre y recuperar todo el poder de mi vida..

lunes, 19 de abril de 2010

La encontre en mi diario de hace tiempo, no me acuerdo donde la lei ni quien me la conto, pero es una historia tan linda, con un mensaje tan especial, que no pude resistir la tentacion de compartirla con ustedes. Espero que les guste.

Dos Angeles fueron encomendados a venir a la tierra para aprender del corazon de los humanos. Llegaron primero a una gran mansion, donde pidieron alojamiento. El dueno de la mansion los acepto aunque a reganadientes. Era un hombre muy ambicioso y no creia en los Angeles, mas su esposa si creia en ellos y por eso les dio hospedaje. Le pidio a su mayordomo que los pusiera en la ultima habitacion de la casa.

-Llevalos a la habitacion del sotano, alli podran pasar la noche.

La habitacion era pequena y fria, con unos colchones viejos en el piso. Los Angeles decepcionados se acostaron. Pero antes de dormir, el mas viejo de los Angeles vio un agujero en el techo de la habitacion. Se subio y con su poder magico cerro el agujero para siempre. El mas joven algo molesto le dijo.

-Caray como se te ocurre cerrar ese agujero? este hombre es tan malo que no merecia que hicieras un minimo esfuerzo por el.

Pero el sabio Angel le contesto:

-Hijo las cosas no son siempre como se ven.

Al dia siguiente, los Angeles fueron a hospedarse a la casa de unos humildes campesinos. La mujer y el hombre los recibieron con gran carino, compartieron con ellos la unica comida que tenian, y le dejaron dormir en su cama para que pudieran descansar bien. A la mañana siguiente, cuando despertaron vieron que la mujer y el hombre lloraban desconsoladamente.

-Se ha muerto nuestra vaquita- le dijeron- era la que nos daba la leche cada manana.

El angel viejo movio la cabeza con tristeza y no dijo nada. Se fueron de alli, entonces el angel joven le dijo algo furioso.

-vaya es increible, asi que ese avaro millonario que nos hizo dormir en una habitacion fria y sucia tu le arreglastes el agujero del techo, y a estos infelices que no tenian nada mas que esa vaquita para alimentarse ni siquiera les has ayudado, valgame Dios.

El sabio angel le dijo:

-Hijo mio, te repito, las cosas no son siempre como se ven, todo tiene una razon de ser.

-Pues la verdad no entiendo nada- dijo el angel molesto.

-Te explicare: cuando nosotros nos quedamos en la lujosa mansion yo me di cuenta que el techo de la habitacion tenia un agujero, al mirar bien vi que era el escondite de una gran cantidad de oro, como el dueno no merecia descubrirlo lo tape para siempre, asi nunca descubrira que hay un tesoro en su propia casa. Anoche cuando nos quedamos en la casa de los humildes campesinos vino el angel de la muerte a llevarse la mujer, entonces yo le pedi que no lo hiciera, y que en cambio se llevara el alma de la vaquita consigo, asi dejaria vivir a la mujer mas tiempo, el angel de la muerte accedio concederle a la mujer 15 anos mas de vida. Ahora cuando ellos se han visto sin el unico sustento como dices tu, se sentiran motivados a luchar por conseguir su diario vivir, de esa manera se le ocurriran ciertas ideas que ya les he puesto en sus mentes y con ello ganaran mucho dinero, como ves hijo hay cosas que no son lo que parecen ser, porque tienen escondido un mensaje que muchas veces no podemos apreciar.

Cuando las cosas no se den como lo desees, cuando tus suenos no se cumplan, cuando esa persona que quieres te desprecie y te humille al punto que no tengas otra solucion que decirle adios, cuando todo paresca perdido, acuerdate de esta historia: todo tiene un por que, lo bueno y lo malo que nos pasa en la vida es por algo, y ese algo solo dios lo sabe, creeme siempre siempre te daras cuenta que todo tenia una razon de ser...

Por ultimo quiero compartir con ustedes estas frases que tenia en mi diario, que un dia escribi motivada por alguna situacion en especial, y que me gustaria que al igual que me ayudo a mi en su momento tambien les ayude a ustedes, sobre todo a aquellos que al igual que yo un dia tuvieron el corazon herido por un amor ingrato que no fue posible.

Las frases dicen asi:

Algunas personas vienen a nuestra vida tan solo por un corto periodo de tiempo, para ayudarnos en alguna situacion determinada, luego hacen algo o dicen algo que nos obliga a dejarles ir para siempre de nuestras vidas aunque duela. Otras personas, llegan a nuestra vida, se convierten en nuestros mejores amigos, pero solo estan tambien por un corto tiempo, sin embargo, dejan en nuestros corazones huellas imborrables, tan imborrables que nunca les podemos olvidar.

El ayer es historia, el manana es un misterio, el hoy es un regalo y por eso se le llama Presente!. Vivamos y disfrutamos el hoy, el ahora, porque es lo unico que realmente tenemos.

jueves, 1 de abril de 2010

Estaba segura de que era un sueño en un noventa y nueve porciento.Las razones de esa certeza casi absoluta eran, en primer lugar,que permanecía en pie recibiendo de pleno un brillante rayode sol, la clase de sol intenso y cegador que nunca brillaba enmi actual hogar de Forks, Washington, donde siempre lloviz-naba; y en segundo lugar,porque estaba viendo a mi abuelitaMarie, que había muerto hacía seis años. Esto, sin duda, ofre-cía una seria evidencia a favor de la teoría del sueño.La abuela no había cambiado mucho.Elrostroera tal y co-mo lo recordaba; la piel suave tenía un aspecto marchito y seplegaba en un millar de finas arrugas debajo de las cuales tras-lucía con delicadeza el hueso, como un melocotón seco, peroaureolado con una mata de espeso pelo blanco de aspecto si-milar al de una nube.Nuestros labios —los suyos fruncidos en una miríada de arru-gas— se curvaron a la vez con una media sonrisa de sorpresa.Al parecer, tampoco ella esperaba verme.Estaba a punto de preguntarle algo, era tanto lo que queríasaber... ¿Qué hacía en mi sueño? ¿Dónde había estado los últimos seis años? ¿Seencontraba bien el abuelo? ¿Sehabían en-contrado dondequiera que estuvieran? Pero ella abrió la bocaal mismo tiempo que yo y me detuve para dejarla hablar primero. Ella hizo lo mismo y ambas sonreímos, ligeramente in-cómodas.—¿Bella?No era ella la que había pronunciado mi nombre, por lo queambas nos volvimos para ver quién se unía a nuestra pequeñareunión. En realidad, yo no necesitaba mirar para saberlo.Era una voz que habría reconocido en cualquier lugar, reco-nocido y también respondido, ya estuviera dormida o despier-ta... o incluso muerta, estoy casi segura. La voz por la que ha-bría caminado sobre el fuego, o con menos dramatismo, por laque chapotearía todos los días de mi vida entreelfrío y la llu-via incesante.Edward.Aunque me moría de ganas de verle —consciente o no— yestaba casi segura de que se trataba de un sueño, me entró elpánico a medida que Edward se acercaba a nosotras caminan-dobajo la deslumbrante luz del sol.Measusté porque la abuela ignoraba que yo estaba enamo-rada de un vampiro —nadie lo sabía— y no se me ocurría laforma de explicarle el hecho de que los brillantes rayos del solse quebraran sobre su piel en miles de fragmentos de arco iris,como si estuviera hecho de cristal o de diamante.«Bien, abuelita, quizás te hayas dado cuenta de que mi novioresplandece. Es algo que le pasa cuando se expone al sol, perono te preocupes...»Pero ¿qué hacía él aquí? La única razón de que viviera en Forks,el lugar más lluvioso del mundo, era poder salir a la luz del díasin que quedara expuesto el secreto de su familia. Sin embar-go, ahí estaba; se acercaba como si estuviera sola con ese andarsuyo tan grácil y despreocupado, y esa hermosísima sonrisaen su angelical rostro.

En ese momento, deseé no ser la única excepción a su mis-terioso don. En general, agradecía ser la única persona cuyospensamientos no podía oír con la misma claridad que si los ex-presara en voz alta, pero ahora hubiera deseado que me pudieraescuchar para que oyera el aviso que le gritaba en mi fuero in-terno.Lancé una mirada aterrada a la abuela y me percaté de queera demasiado tarde. En ese momento, ella se volvió para mi-rarme y sus ojos expresaron la misma alarma que los míos.Edward continuó sonriendo de esa forma tan arrebatadoraque hacía que mi corazón se desbocase y pareciera a punto deestallar dentro de mi pecho. Me pasó el brazo por los hombrosyse volvió para mirar a mi abuela.Suexpresión me sorprendió. Me miraba avergonzada, co-mo si esperara una reprimenda, en vez de horrorizarse. Man-tuvo aquel extraño gesto y separó torpemente un brazo del cuer-po; luego, lo alargó y curvó en el aire como si abrazara a alguienaquien no podía ver, alguien invisible...Solo me percaté del marco que rodeaba su figura al contem-plar la imagen desde una perspectivamás amplia. Sin com-prender aún, alcé la mano que no rodeaba la cintura de Edwardylaacerqué para tocarla. Ella repitió el movimiento de formaexacta, como en un espejo. Pero donde nuestros dedos hubie-ran debido encontrarse, solo había frío cristal...El sueño se convirtió en una pesadilla de forma brusca y ver-tiginosa.Esa no era la abuela.Era mi imagen reflejada en un espejo. Era yo, anciana, arru-gada y marchita.Edward permanecía a mi lado sin reflejarse en el espejo, in-soportablemente hermoso a sus diecisiete años eternos.

Apretó sus labios fríos y perfectos contra mi mejilla decrépita.—Feliz cumpleaños —susurró.Me desperté sobresaltada, jadeante y con los ojos a punto desalirse de las órbitas. Una mortecina luz gris, la luz propiadeuna mañana nublada, sustituyó al sol cegador de mi sueño.«Sólo ha sido un sueño», me dije. «Sólo ha sido un sueño».Tomé aire y salté de la cama cuando se me pasó el susto. El pe-queño calendario de la esquina del reloj me mostró que toda-vía estábamos a trece de septiembre.Era solo un sueño, perosin duda, profético al menos en unsentido. Hoy era mi cumpleaños. Acababa de cumplir oficial-mente dieciocho años.Había estado temiendo este día durante meses. Y ahora queya había llegado, era aún peor de lo que había temido.Casi po-día sentirlo: era mayor. Cada día envejecía un poco más, perohoyera diferente y notablemente peor.Tenía dieciocho años.Los que Edwardnunca llegaría a cumplir.Cuando fui a lavarme los dientes, casi me sorprendió que el ros-tro del espejo no hubiera cambiado. Examiné a conciencia la pielmarfileña de mi rostro en busca de algún indicio de arrugas in-minente. Sin embargo, no había otras que las de mi frente, y com-prendí que desaparecerían si me relajaba, pero no podía. La pre-ocupación se había aposentado en mi ceño hasta formar una líneade preocupación encima de los ansiosos ojos marrones.«Sólo ha sido un sueño», me recordé una vez más. Sólo unsueño, y también mi peor pesadilla.Conlas prisas de salir de casa lo antes posible, me salté el des-ayuno.Nomesentía con ánimo de enfrentarme a mi padre,ytener que pasar unos minutos fingiendo estar contenta. In-tentaba sentirme sinceramente entusiasmada con los regalosque le había pedido que no me hiciera, pero me sentía a pun-to de llorar cada vez que debía sonreír.Hice un esfuerzo para sosegarme mientras conducía caminodel instituto. Resultaba difícil olvidar la visión de la abuelita—no podía pensar en ella como si fuera yo— y solo pude sen-tir desesperación cuando entré en el conocido aparcamientoque se extendía detrás del instituto de Forks y descubrí a Ed-ward inmóvil, recostado contra su pulido Volvo plateado co-mo un tributo de marfil consagrado a algún olvidado dios pa-gano de la belleza. El sueño no le hacía justicia. Y estaba allíesperándome solo a mí, al igual que cualquier otro día.Ladesesperación se disipó momentáneamente y le sustituyó elembeleso. Después del casi medio año que llevábamos juntos,todavía no podía creerme que me mereciera tener tanta suerte.Su hermana Alice estaba a su lado, esperándome también.Edward y Alice no estaban emparentados de verdad, por su-puesto —la historia que corría por Forks era que los retoños delos Cullen habían sido adoptados por el doctor Carlisle Cullenysu esposa Esme, ya que ambos tenían un aspecto excesiva-mente joven como para tener hijos adolescentes—, aunquesu piel tenía el mismo tono de palidez, sus ojos el mismo ex-traño matiz dorado y las mismas ojeras marcadas y amorata-das. El rostro de Alice, al igual que el de Edward, era de unahermosura igualmente asombrosa, y estas similitudes los de-lataban a los ojos de alguien que, como yo, sabía qué eran.Puse cara de pocos amigos al ver a Alice esperándome allí,con sus ojos tostados brillando de excitación y una pequeña ca-ja cuadrada envuelta en papel plateado en las manos. Le ha-bía dicho que no quería nada, nada, ni regalos ni ningún otro tipo de atención por mi cumpleaños. Evidentemente, había ig-norado mis deseos.Cerré de un golpe la puerta de mi Chevrolet del 53 y unalluvia de motas de óxido revoloteó hasta la cubierta de co-lor negro, y después me dirigí lentamente hacia donde meaguardaban. Alice saltó hacia delante para encontrarse con-migo; su cara de duende resplandecía bajo el puntiagudopelo negro.—¡Feliz cumpleaños, Bella!—¡Chitón! —siseé mientras miraba alrededor del parking pa-ra cerciorarme de que nadie la había oído. Lo último que meapetecía era cualquier clase de celebración del luctuoso evento.Ella me ignoró.—¿Cuándo quieres abrir tu regalo? ¿Ahora o luego? —mepreguntó entusiasmada mientras caminábamos hacia dondenos esperaba Edward.—Noquieroregalos —protesté con un hilo de voz.Al fin, pareció darse cuenta de cuál era mi estado de ánimo.—Vale... tal vezluego.¿Teha gustado el álbum de fotogra-fías que te ha enviado tu madre? ¿Y la cámara de Charlie?Suspiré. Por descontado, ella debía saber cuáles iban a ser misregalos de cumpleaños. Edward no era el único miembro de lafamilia dotado de extrañas cualidades. Seguramente, Alicehabría «visto» lo que mis padres planeaban regalarme en cuan-to lo hubieran decidido.—Sí, son maravillosos.—A mí me parece una idea estupenda. Solo te haces mayorde edad una vez en la vida, así que lo mejor es documentar bienla experiencia.—¿Cuántas veces te has hecho tú mayor de edad?—Eso es distinto.
Entonces, llegamos adonde estaba Edward, que me tendió lamano. La tomé con ganas, olvidando por un momento mi pe-sadumbre. Su piel era suave, dura y helada, como siempre. Ledio a mis dedos un apretón cariñoso. Me sumergí en sus lí-quidos ojos de topacio y mi corazón sufrió otro apretón aun-que bastante menos dulce. Él sonrió al escuchar el tartamudeode los latidos de mi corazón.Levantó la mano libre y recorrió el contorno de mis labioscon el gélido extremo de uno de sus dedos mientras hablaba.—Así que, tal y como me impusiste en su momento, no mepermites que te felicite el cumpleaños, ¿correcto?—Sí, correcto —nunca conseguiría imitar, ni siquiera delejos, su perfecta y formal facilidad de expresión. Eso era algoque solamente podía adquirirse en un siglo pretérito.—Solo me estaba asegurando —se pasó la mano por su des-peinado cabello de color bronce—. Podrías haber cambiado deidea. La mayoría de la gente disfruta con cosas como los cum-pleaños y los regalos.Alice rompió a reír y la risa se alzó como un sonido plateado,similar al repique del viento.—Pues claroque lo disfruta. Se supone que hoy todo el mun-do se va a portar bien contigo y te dejará hacer lo que quie-ras, Bella. ¿Qué podría ocurrir de malo? —Lanzó la frase co-mo una pregunta retórica.—Pues hacerme mayor —contesté de todos modos, y mi vozno era tan firme como me hubiera gustado que fuera.Ami lado, la sonrisa de Edwardse atirantó hasta convertir-se en una línea dura.—Tener dieciocho años no es ser muy mayor —dijo Alice—.Tenía entendido que, por lo general, las mujeres no se sentíanmal por cumplir años hasta llegar a los veintinueve.
—Eso es ser mayor que Edward —mascullé.Él suspiró.—Técnicamente —dijo ella sin perder su tono desenfada-do—, ya que solo lo adelantas en un año de nada.Ysuponía... que si estaba segura del futuro que deseaba, se-gura de pasarlo para siempre con Edward, Alice y el resto delos Cullen (mejor si no era como una menuda anciana arruga-da)... uno o dos años arriba o abajo no me importarían de-masiado, pero Edward se había cerrado en banda respecto acualquier clase de futuro que incluyera mi transformación. So-bre todo si era un futuro que me hiciera como él, inmortal aligual que él.Un
impasse,
lo llamaría él.Para ser sinceros, la verdad es que no entendía su punto devista. ¿Qué tenía de bueno la mortalidad? Convertirse en vam-piro no parecía una cosa tan horrible, al menos no a la mane-ra de los Cullen.—¿A qué hora llegarás a casa? —continuó Alice, cambian-do de tema. A tenor de su expresión, ella ya se había dado cuen-ta de qué era lo que yoestaba esperando poder evitar.—No sabía que tuviera planes de ir allí.—¡Oh, por favor, Bella, no te pongas difícil! —se quejó ella—.No nos irás a arruinar toda la diversión poniendo esa cara, ¿no?—Creía que mi cumpleaños era para tener lo que
yo
deseara.—La llevaré desde la casa de Charlie justo después de que ter-minemos las clases —le dijo Edward, ignorándome sin esfuerzo.—Debo trabajar —protesté.—En realidad, no —repuso Alice con aire de suficiencia—,ya he hablado con la señora Newton sobre eso. Te cambiará sushoras del viernes en la tienda. Me dijo que te deseara un feliz cumpleaños.
—Pero... pero es que no puedo dejarlo —tartamudeé mien-tras buscaba desesperadamente una excusa—. Lo cierto es que,bueno, todavía no he visto
Romeo y Julieta
para la clase de Li-teratura.Alice resopló con impaciencia.—Te sabes
Romeo y Julieta
de memoria.—Pero el señor Mason dice que necesitamos verlo repre-sentado para ser capaces de apreciarlo en su integridad, ya queésa era la forma en que Shakespeare quiso que se viera.Edward puso los ojos en blanco.—Perosi ya has visto la película —me acusó Alice.—No en la versión de los sesenta. El señor Mason aseguróque era la mejor.Finalmente, Alice perdió su sonrisa satisfecha y me miró fi-jamente.—Mira, puedes ponértelo difícil o fácil, tú verás, pero deun modo u otro...Edward interrumpió su amenaza.—Tranquilízate, Alice. Si Bella quiere ver una película, quela vea. Es su cumpleaños.—Así es —añadí.—La llevaré sobre las siete —continuó él—. Esto os dará mástiempo para organizarlo todo.La risa de Alice resonó de nuevo.—Eso suena bien. ¡Te veré esta noche, Bella! Verás como telo pasas bien —esbozó una gran sonrisa, una sonrisa ampliaque expuso sus perfectos dientes relumbrantes; luego, me pe-llizcó una mejilla y salió disparada hacia su clase antes de quepudiera contestarle.—Edward, por favor... —comencé a suplicar, pero él apretóuno de sus dedos fríos sobre mis labios.
—Ya lo discutiremos luego. Vamos a llegar tarde a clase.Nadie se molestó en mirarnos mientras nos acomodábamosal final del aula en nuestros asientos de costumbre. Edward yyo llevábamos saliendo juntos demasiado tiempo como paraser objeto de habladurías. Ni siquiera Mike Newton se mo-lestó en dirigirme la mirada apesadumbrada con la que solíahacerme sentir algo culpable; en vez de eso, ahora me sonreíayyoestaba contenta de que, al parecer, hubiera aceptado quesólo podíamos ser amigos. Mike había cambiado este verano;los pómulos resaltaban más ahora que su rostro se había esti-rado, y había cambiado la forma de peinar su cabello rubio: enlugar de llevarlo pinchudo, se lo había dejado más largo y mo-delado con gel en una especie de desaliño informal. Era fácilver dónde se había inspirado, aunque el aspecto de Edward eraalgo inalcanzable por simple imitación.Conforme avanzaba el día, consideré todas las formas de elu-dir lo que se estuviera preparando en la casa de los Cullen es-ta noche. El hecho en sí ya era lo bastante malo para celebrar-lo, máxime cuando, en realidad, no estaba de humor para fiestas,ypeor aún, cuando lo más probable es que éstas incluyeranconvertirme en el centro de atención y hacerme regalos.Nunca es bueno que te presten atención —seguramente, cual-quier patoso tan proclive como yo a los accidentes pensará lomismo—. Nadie desea convertirse en foco de nada si tiene ten-dencia a que se le caiga todo encima.Además, había pedido con toda claridad, en realidad, habíaordenado expresamente que nadie me regalara nada este año.Yparecía que Charlie y Renèe no habían sido los únicos quehabían decidido pasar eso por alto.Nunca tuve mucho dinero, pero eso no me había preocupadojamás. Renèe me había criado con el sueldo de una maestra de guardería, y tampoco Charlie se estaba forrando con el suyo, pre-cisamente, siendo como era el jefe de policía de una localidad pe-queña como Forks. Mi único ingreso personal procedía de los tresdías a la semana que trabajaba en la tienda local de productos de-portivos. Era afortunada al tener un trabajo en una localidadtan minúscula como aquella. Destinaba cada centavo que gana-ba a mi microscópico fondo para la universidad. En realidad, launiversidad era el plan B, porque aún no había perdido las es-peranzas depositadas en el plan A, aunque Edward se había pues-to tan inflexible con lo de que yo continuara siendo humana...Edwardtenía un montón de dinero, no quería pensar ni si-quiera en el monto total. El dinero casi carecía de significadopara él y el resto de los Cullen. Para ellos, solamente era algoque se acumula cuando tienes tiempo ilimitado y una herma-na con la asombrosa habilidad de predecir pautas en el mer-cado de valores. Edward no parecía entender por qué le poníaobjeciones a que gastara su dinero conmigo, es decir, por quéme incomodaba que me llevara a un restaurante caro de Seat-tle y no podía regalarme un coche que alcanzara velocidadessuperiores a los cien kilómetros por hora o incluso por quéno podía pagarme la matrícula de la universidad. Tenía un en-tusiasmo realmente ridículo por el plan B. Edward creía queyo estaba poniendo trabas sin necesidad.Pero¿cómo le iba a dejar que me diera nada cuando yonotenía con qué corresponderle? Él, por alguna razón incom-prensible, quería estar conmigo. Cualquier cosa que él me die-raademás de su compañía, aumentaba aún más el desequili-brio entre nosotros.Conforme el día seguía avanzando, ni Edwardni Alice vol-vieron a sacar el tema de mi cumpleaños otra vez, y comencé arelajarme un poco.
Nos sentamos en nuestra mesa de siempre a la hora del al-muerzo.Existía alguna extraña clase de tregua en esa mesa. Nosotrostres —Edward, Alice y yo— nos sentábamos en el extremo surde la mesa. Mis otros amigos, Mike y Jessica —que estaban enla incómoda fase de amistad posterior a la ruptura—, AngelayBen —cuya relación había sobrevivido al verano—, Eric, Con-ner,Tyler y Lauren —aunque esta última no entraba realmen-teen la categoría de amiga— se sentaban todos en la mismamesa, pero al otro lado de una línea invisible. Esa línea se di-solvía sin dificultad en los días soleados cuando Edward y Ali-ce siempre evitaban acudir a clase y entonces la conversaciónse generalizaba sin esfuerzohasta hacerme partícipe.Ni Edward ni Alice encontraban este ligero ostracismo ofen-sivo ni molesto, como hubiera sentido cualquiera. De hecho,apenas lo notaban. La gente siempre se sentía extrañamentemal e incómoda con los Cullen, casi atemorizada por algunarazón que no era capaz de explicar. Yo era una excepción raraaesa regla. Algunas veces Edwardse molestaba por lo cómo-da que me sentía en su cercanía. Pensaba que eso no le conve-nía a mi salud, una opinión que yo rechazaba de plano en cuan-to él la formulaba en palabras.La sobremesa pasó deprisa. Terminaron las clases y Edwardme acompañó al monovolumen, como de costumbre, pero es-ta vez me abrió la puerta del copiloto. Alice debía de habersellevado su coche a casa para que él pudiera evitar que yo con-siguiera escabullirme.Crucé los brazos y no hice ademán de guarecerme de la lluvia.—¿Es mi cumpleaños y ni siquiera puedo conducir?—Me comporto como si no fuera tu cumpleaños, tal y co-mo tú querías.
—Pues si no es mi cumpleaños, no tengo que ir a tu casaesta noche...—Muy bien —cerró la puerta del copiloto y pasó a mi ladopara abrir la puerta del conductor—. Feliz cumpleaños.—Calla —siseé con poco entusiasmo. Entré por la puertaabierta, deseando que él hubiera optado por la otra posibili-dad.Mientras yo conducía, Edward jugueteó con la radio sin de-jar de sacudir la cabeza con abierto descontento.—Tu radio recibe fatal.Puse cara de pocos amigos. Nome gustaba que empezara a cri-ticar el coche. Estaba muy bien y además tenía personalidad.—¿Quieres un estéreo que funcione bien? Pues conduce tupropio coche —los planes de Alice me ponían tan nerviosa queempeoraban mi estado de ánimo, ya de por sí sombrío, y laspalabras me salieron con más brusquedad de la pretendida.Nunca exponía a Edward a mi mal genio y el tono de mi vozhizo que apretara los labios para que no se le escapara una son-risa.Sevolvió para coger mi rostroentre sus manos cuando apar-qué frente a la casa de Charlie. Metocó con mucho cuidado, pa-seando las puntas de sus dedos por mis sienes, mis pómulos yla línea de la mandíbula. Como si yo fuera algo que pudiera rom-perse con facilidad. Lo cual era exactamente el caso, al menos encomparación con él.—Deberías estar de un humor estupendo, hoy más que nun-ca —susurró. Sudulce aliento se deslizó por mi rostro.—¿Y si no quiero estar de buen humor? —pregunté con larespiración entrecortada.Sus ojos dorados ardieron apasionados.—Pues muy mal.
Empezaba a sentirme confusa cuando se inclinó sobre mí ypresionó sus labios helados contra los míos. Tal como él pre-tendía, sin duda, olvidé todas mis preocupaciones, y me con-centré en recordar cómo se inspiraba y espiraba.Su boca se detuvo en la mía, fría, suave y dulce, hasta que des-licé mis brazos en torno a su cuello y me lancé a besarle con al-go más que simple entusiasmo. Sentí cómo sus labios se cur-vaban hacia arriba cuando se apartó de mi cara y se alzó paradeshacer mi abrazo.Edward había establecido con cuidado los límites exactosde nuestro contacto físico a fin de mantenerme viva. Aunqueyo respetaba la necesidad de mantener una distancia segura en-tremi piel y sus dientes ponzoñosos y aguzados como navajas,tendía a olvidar esas trivialidades cuando me besaba.—Pórtate bien, por favor —suspiró contra mi mejilla. Apre-tó mis labios contra los suyos una vez más y se apartó defini-tivamente de mí, obligándome a cruzar los brazos sobremi es-tómago.Elpulso me atronaba los oídos. Mepuse una mano sobreelcorazón. Palpitaba enloquecido contra la palma de mi mano.—¿Crees que esto mejorará algún día? —me pregunté, másamímisma que a él—. ¿Alguna vez conseguiré que el corazóndeje de intentar saltar fuera de mi pecho cuando me tocas?—La verdad, espero que no —dijo, un poco pagado de símismo.Puse los ojos en blanco.—Anda, vamos a ver como los Capuletos y los Montescos sedestrozan unos a otros, ¿vale?—Tus deseos son órdenes para mí.Edward se desparramó en el sofá mientras yo ponía la pelí-cula, pasando rápido los créditos del principio.Meenvolvió la cintura con sus brazos y me reclinó contra su pecho cuando mesenté junto a él en el borde del sofá. No era exactamente tancómodo como el cojín del sofá, aunque yo lo prefería con di-ferencia pese a que su pecho era frío y duro, aunque perfecto,como una escultura de hielo. Tomó la manta de punto dobla-da que descansaba sobre el respaldo del sofá y me envolvió conella a fin de que no me congelara al contacto de su cuerpo.—¿Sabes?, Romeo no me cae nada bien —comentó cuandoempezó la película.—¿Y que le pasa a Romeo? —le pregunté, un poco molesta.Era uno de mis personajes de ficción favoritos. Creo que has-ta estaba un poco enamorada de él hasta que conocí a Edward.—Bien, en primer lugar,está enamorado de esa Rosalind, ¿note parece que es un poco voluble? Y después, unos pocos mi-nutos después de su boda, mata al primo de Julieta. No es pre-cisamente un rasgo de brillantez. Acumula un error tras otro.¿Habría alguna otra manera de que destruyera su felicidad deforma más completa?Suspiré.—¿Quieres que la vea yosola?—No, de todos modos, yo estaré mirándote a ti la mayor par-te del rato —sus dedos se deslizaron por mi piel trazando for-mas, poniéndome la carne de gallina—. ¿Te vas a poner a llo-rar?—Probablemente —admití—. Si estás pendiente de mí to-do el rato.—Entonces no te distraeré —perosentí sus labios contra mipelo y eso me distraía bastante.La película captó mi interés a ratos, gracias en buena parteaque Edward me susurraba los versos de Romeo al oído, consu irresistible voz aterciopelada, que hacía que la voz del actor sonara débil y basta en comparación. Y claro que lloré, para sudiversión, cuando Julieta se despierta y encuentra a su recien-te esposo muerto.—He de admitir que le tengo una especie de envidia —dijoEdward secándome las lágrimas con un mechón de mi pro-pio pelo.—Ella es muy guapa.Él hizoun sonido de disgusto.—No le envidio la chica, sino la facilidad para suicidarse —aclaró con tono de burla—. ¡Vosotros, los humanos, lo tenéistan fácil! Todo lo que tenéis que hacer es tragaros un pequeñovial de extractos de plantas...—¿Qué? —inquirí con un grito ahogado.—Es algo que tuve que plantearme una vez, y sé por la ex-periencia de Carlisle que no es nada sencillo. Ni siquiera es-toy seguro de cuántas maneras de matarse probó Carlisle alprincipio cuando se dio cuenta de en qué se había convertido...—su voz, que se había tornado mucho más seria, se volvió li-gera otra vez—. Yno cabe duda de que sigue con una salud ex-celente.Me retorcí para poder leer su expresión.—¿De qué estás hablando? —quise saber—. ¿Qué quieres de-cir con eso de que tuviste que planteártelo una vez?—La primavera pasada, cuando tú casi... casi te mataron...—Hizo una pausa para hacer una inspiración profunda, lu-chando por volver al tono socarrón de antes—. Claro que esta-ba concentrado en encontrarte con vida, perouna parte de mimente estaba haciendo planes por si las cosas no salían bien. Ycomo te decía, no es tan fácil para mí como para un humano.Los recuerdos de mi último viaje a Phoenix me embargaronydurante un segundo sentí cierto vértigo. Aún veía con la misma claridad el sol cegador y las oleadas de calor procedentes delasfalto mientras corría a toda prisa y con ansiedad al encuen-tro del sádico vampiro que quería torturarme hasta la muer-te. James me esperaba en la habitación de los espejos con mimadre como rehén, o eso suponía yo. No supe hasta más tar-de que todo era una treta. Lo que tampoco sabía James es queEdward se apresuraba a salvarme. Lo consiguió a tiempo, peropor muy poco. De forma inconsciente, mis dedos se desliza-ron por la cicatriz en forma de media luna de mi mano quesiempre estaba a varios grados por debajo de la temperatura delresto de mi piel.Sacudí la cabeza, como si con eso pudiera deshacerme de to-dos esos malos recuerdos e intenté comprender lo que Edwardquería decir,mientras sentía un incómodo peso en el estóma-go.—¿Plan de emergencia? —repetí.—Bueno, no estaba dispuesto a vivir sin ti —puso los ojosen blanco como si eso fuera algo evidente hasta para un niño—.Aunque no estaba seguro sobre cómo hacerlo. Tenía claro queni Emmett ni Jasper me ayudarían... así que pensé que lo me-jor era marcharme a Italia y hacer algo que molestara a los Vul-turis.No quería creer que hablara en serio, pero sus ojos doradosbrillaban de forma inquietante, fijos en algo lejano en la dis-tancia como si contemplara las formas de terminar con su pro-pia vida. De pronto, me puse furiosa.—¿Qué son los Vulturis? —inquirí.—Son una familia —contestó con la mirada ausente—,una familia muy antigua y muy poderosa de nuestra clase.Es lo más cercano que hay en nuestro mundo a la realeza, su-pongo. Carlisle vivió con ellos por poco tiempo en sus primeros años, en Italia, antes de venir a América. ¿No recuer-das la historia?—Claro que me acuerdo.Nunca podría olvidar la primera vez que visité su casa, la enor-me mansión blanca escondida en el bosque al lado del río, o lahabitación donde Carlisle —el padre de Edward en tantos sen-tidos reales— tenía una pared llena de pinturas que contabansu historia personal. La tela más vívida, la de colores más lu-minosos y también la más grande, procedía de la época queCarlisle había pasado en Italia. Naturalmente que me acorda-ba del sereno cuarteto de hombres, cada uno con el rostro ex-quisito de un serafín, pintados en la más alta de las balconadas,observando la espiral caótica de colores. Aunque la pintura sehabía realizado hacía siglos, Carlisle, el ángel rubio, permane-cía inalterable. Y recuerdo a los otros tres, los primeros cono-cidos de Carlisle. Edward nunca había utilizado la palabra Vul-turis para referirse al hermoso trío, dos con el pelo negroyunocon el cabello blanco como la nieve. Los llamó Aro, Cayo yMarco, los mecenas nocturnos de las artes.—Decualquier modo, lo mejor es no irritar a los Vulturis—continuó Edward, interrumpiendo mi ensoñación—. No amenos que desees morir, o lo que sea que nosotros hagamos—su voz era tan tranquila, que parecía casi aburrido con laperspectiva.Miira se transformó en terror. Tomé su rostro marmóreo en-tre mis manos y se lo apreté fuerte.—¡Nunca, nunca vuelvas a pensar en eso otra vez! ¡Noim-porta lo que me ocurra, no te permito que te hagas daño a timismo!—No te volveré a poner en peligro jamás, así que eso es unpunto discutible.

—¡Ponerme en peligro! ¿Pero no estábamos de acuerdo enque toda la mala suerte es cosa mía? —estaba enfadándome ca-da vez más—. ¿Cómo te atreves a pensar en esas cosas? —laidea de que Edward dejara de existir, incluso aunque yo estu-viera muerta, era de un dolor insoportable.—¿Qué harías tú si las cosas sucedieran a la inversa? —preguntó.—No es lo mismo.Él no parecía comprender la diferencia y se rió entre dientes.—¿Y qué pasa si te ocurre algo? —me puse pálida solo depensarlo—. ¿Querrías que me suicidara?Un rastro de dolor surcó sus rasgos perfectos.—Creo que veo un poco por donde vas... sólo un poco—admitió—. ¿Peroqué haría sin ti?—Cualquier cosa de las que hicieras antes de que yo apare-ciera para complicarte la vida.Suspiró.—Tal como lo dices, suena fácil.—Seguro que lo es. No soy tan interesante, la verdad.Parecía a punto de rebatirlo, perolo dejó pasar.—Eso es discutible —me recordó.Repentinamente, se incorporó adoptando una postura másformal, colocándome a su lado de modo que no nos tocáramos.—¿Charlie? —aventuré.Edward sonrió. Poco después escuché el sonido del coche depolicía al entrar por el camino.Busqué y tomé su mano confirmeza, ya que mi padre bien podría tolerar eso.Charlie entró con una caja de pizza en las manos.—Hola, chicos —me sonrió—. Supuse que querrías tomar-te un respiro de cocinar y fregar platos el día de tu cumplea-ños. ¿Hay hambre?—Está bien. Gracias, papá.
Charlie no hizo ningún comentario sobre la aparente falta deapetito de Edward. Estaba acostumbrado a que no cenara connosotros.—¿Le importaría si me llevo a Bella esta tarde? —preguntóEdward cuando Charlie y yo terminamos.Miré a Charlie con rostro esperanzado. Quizás el tuvieraese tipo de concepto de cumpleaños que consiste en «quedar-se en casa», en plan familiar.Éste era mi primer cumpleañoscon él, el primer cumpleaños desde que mi madre, Renée, vol-viera a casarse y se hubiera ido a vivir a Florida, de modo queno sabía qué expectativas tendría él.—Eso es estupendo, los Mariner juegan con los Fox esta no-che —explicó Charlie, y mi esperanza desapareció—, así queseguramente seré una mala compañía... Toma —sacó la cáma-ra que me había comprado por sugerencia de Renée (ya quenecesitaría fotos para llenar mi álbum) y me la lanzó.Él debería haber sabido mejor que nadie que yono era ningu-na maravilla de coordinación de movimientos. La cámara saltóde la punta de mis dedos y cayó dando vueltas hacia el suelo.Ed-wardla atrapó en el aireantes de que se estampara en el linóleo.—Buena parada —remarcó Charlie—. Si han organizado al-go divertido esta noche en casa de los Cullen, Bella, toma algu-nas fotos. Ya sabes cómo es tu madre, estará esperando verlascasi al mismo tiempo que las vayas tomando.—Buena idea, Charlie —dijo Edward mientras me devol-vía la cámara.Volví la cámara hacia él y le hice la primera foto.—Va bien.—Estupendo. Que os divirtáis esta noche, chicos —eso eraclaramente una despedida. Charlie ya se iba camino del salónyde la televisión.
Edward sonrió triunfante y me tomó de la mano para ir ha-cia la cocina.Cuando fuimos a por mi coche, me abrió la puerta del co-piloto y esta vez no protesté. Todavía me costaba mucho tra-bajo encontrar el camino oculto que llevaba a su casa en laoscuridad.Edward condujo hacia el Norte, hacia las afueras de Forks,visiblemente irritado por la escasa velocidad a la que le per-mitía conducir mi prehistórico Chevrolet. El motor rugíaincluso más fuerte de lo habitual mientras intentaba ponerloamás de ochenta.—Tómatelo con calma —le advertí.—¿Sabes qué te gustaría un montón? Un precioso y peque-ñoAudi cupé. Apenas hace ruido y tiene mucha potencia...—No hay nada en mi coche que me desagrade. Y hablandode caprichos caros, si supieras lo que te conviene, no te gasta-rías nada en regalos de cumpleaños.—Ni un centavo —dijo con aspecto recatado.—Muy bien.—¿Puedes hacerme un favor?—Depende de lo que sea.Suspiró y su dulce rostro se puso serio.—Bella, el último cumpleaños real que tuvimos nosotros fueel de Emmett en 1935. Déjanos disfrutar un poco y no te pon-gas demasiado difícil esta noche. Todos están muy emociona-dos.Siempremesorprendía un poco cuando se refería a ese tipode cosas.—Vale, me comportaré.—Probablemente debería avisarte de que...—Bien, hazlo.
—Cuando digo que todos están emocionados... me refiero atodos ellos.—¿Todos? —Me sofoqué—. Pensé que Emmett y Rosalie es-taban en África.El resto de Forks tenía la sensación de que los retoños ma-yores de los Cullen se habían marchado este año a la universi-dad, a Dartmouth, pero yo tenía más información.—Emmett quería estar aquí.—Pero... ¿y Rosalie?—Ya lo sé, Bella. No te preocupes, ella se comportará lo me-jor posible.No contesté. Como si yo simplemente pudiera no preocu-parme, así de fácil. A diferencia de Alice, la otra hermana «adop-tada» de Edward, la exquisita Rosalie con su cabello rubio do-rado no me estimaba mucho. En realidad, el sentimiento eraalgo un poco más fuerte que el simple desagrado. Por lo que aRosalie se refería, yoera una intrusa indeseada en la vida se-creta de su familia.Mesentía terriblemente culpable por la situación. Yame ha-bía dado cuenta de que la prolongada ausencia de Emmett yRosalie era por mi causa, a pesar de que, sin reconocerlo abier-tamente, estaba encantada de no tener que verla. A Emmett, elhermano de ánimo juguetón de Edward, sí que le echaba demenos. En muchos sentidos, se parecía mucho a ese hermanomayor que yo siempre había querido tener... solo que era mu-cho, mucho más amedrentador.Edwarddecidió cambiar de tema.—Así que, si no me dejas regalarte el Audi, ¿no hay nada quequisieras por tu cumpleaños?Mis palabras salieron en un susurro.—Yasabes lo que quiero.
Un profundo ceño hizo surgir arrugas en su frente de már-mol. Era evidente que hubiera preferido continuar con el te-ma de Rosalie.Parecía como si hoy no hiciéramos nada más que discutir.—Esta noche, no, Bella. Por favor.—Bueno, quizás Alice pueda darme lo que quiero.Edward gruñó; era un sonido profundo y amenazante.—Éste no va a ser tu último cumpleaños, Bella —juró.—¡Eso no es justo!Creo que pude oírle rechinar los dientes.Estábamos a punto de llegar la casa. Las luces relucían confuerza en las ventanas de los dos primeros pisos. Una larga lí-nea de brillantes farolillos de papel colgaba de los aleros delporche, irradiando un sutil resplandor sobre los grandes cedrosque rodeaban la casa. Grandes maceteros de flores —rosas decolor rosáceo— se alineaban en las amplias escaleras que con-ducían a la puerta principal.Gemí.Edward inspiró profundamente varias veces para calmarse.—Esto es una fiesta —me recordó—. Intenta ser compren-siva.—Seguro —murmuré.Él dio la vuelta al coche para abrirme la puerta y me ofreciósu mano.—Tengo una pregunta.Esperó con cautela.—Sirevelo esta película —dije mientras jugaba con la cámaraentre mis manos—, ¿aparecerás en las fotos?Edwardse echó a reír. Me ayudó a salir del coche, me arras-tró casi por las escaleras y todavía estaba riéndose cuando meabrió la puerta.
Todos estaban esperando en el enorme salón de color blanco.Me saludaron con un «¡Feliz cumpleaños, Bella!», a coro y en vozalta, cuando atravesé la puerta. Enrojecí y clavé la mirada en elsuelo. Alice, supuse que había sido ella, había cubierto cada su-perficie plana con velas rosadas y había docenas de jarrones decristal llenos con cientos de rosas. Cerca del gran piano de Ed-ward había una mesa con un mantel blanco, sobre el cual estabael pastel rosa de cumpleaños, más rosas, una pila de platos de cris-tal y un pequeño montón de regalos envueltos en papel plateado.Era cien veces peor de lo que había imaginado.Edward, al notar mi incomodidad, me pasó un brazo alen-tador por la cintura y me besó en lo alto de la cabeza.Los padres de Edward, Esme y Carlisle —jóvenes hasta lo in-verosímil y tan encantadores como siempre— eran los queestaban más cerca de la puerta. Esme me abrazó con cuidadoysu pelo suave del color del caramelo me rozó la mejilla cuan-do me besó en la frente. Entonces, Carlisle me pasó el brazopor los hombros.—Siento todo esto, Bella —me susurró en un aparte—. Nohemos podido contener a Alice.Rosalie y Emmett estaban detrás de ellos. Ella no sonreía, pe-ro al menos no me miraba con hostilidad. El rostro de Emmettse ensanchó en una gran sonrisa. Habían pasado meses desdela última vez que los vi; había olvidado lo gloriosamente bellaque era Rosalie, tanto, que casi dolía mirarla. Y Emmett siem-pre había sido tan... ¿grande?—Nohas cambiado en nada —soltó Emmett con un tonoburlón de desaprobación—. Esperaba alguna diferencia per-ceptible, pero aquí estás, con la cara colorada como siempre.—Muchísimas gracias, Emmett —le agradecí mientras en-rojecía aún más.
Él se rió.—He de salir un minuto —hizo una pausa para guiñar tea-tralmente a Alice—. No hagas nada divertido en mi ausencia.—Lo intentaré.Alice soltó la mano de Jasper y saltó hacia mí, con todos susdientes brillando en la viva luz. Jasper también sonreía, pero semantenía a distancia. Se inclinó, alto y rubio, contra el palo in-ferior de las patas de las sillas. Durante los días que habíamospasado encerrados juntos en Phoenix, pensé que había conse-guido superar su aversión por mí, pero volvía a comportarseconmigo exactamente del mismo modo que antes, evitándo-me todo lo que podía, en el momento en que se vio libre de suobligación de protegerme. Sabía que no era nada personal, so-lo una precaución y yointentaba no ser susceptible con el te-ma. Jasper tenía más problemas que los demás a la hora so-meterse a la dieta de los Cullen; el olor de la sangre humanale resultaba mucho más difícil de resistir a él que a los demás,apesar de que llevaba mucho tiempo intentándolo.—Es la hora de abrir los regalos —declaró Alice. Pasó su ma-no fría bajo mi codo y me llevó hacia la mesa donde estaba latarta y los envoltorios plateados.Puse mi mejor cara de mártir.—Alice, ya sabes que te dije que no quería nada...—Perono te escuché —me interrumpió petulante—. Ábre-los.Me quitó la cámara de las manos y en su lugar puso una grancaja cuadrada y plateada.La caja era tan ligera que parecía vacía. La tarjeta de la partesuperior decía que era de Emmett, Rosalie y Jasper. Casi sin sa-ber lo que hacía, rompí el papel y miré dentro, intentandover lo que la caja ocultaba.
Era algún instrumento electrónico, con un montón de nú-meros en el nombre. Abrí la caja, esperando alguna pista mássobre lo que era, pero en realidad, la caja estaba vacía.—Mmm... gracias.ARosalie se le escapó una sonrisa. Jasper se rió.—Es un estéreo para tu coche —explicó—. Emmett lo estáinstalando ahora mismo para que no puedas devolverlo.Alice siempreiba un paso por delante de mí.—Gracias, Jasper, Rosalie —les dije mientras sonreía al re-cordar las quejas de Edward sobre mi radio esa misma tarde;al parecer, todo era una puesta en escena—. Gracias, Emmett—añadí en voz más alta.Escuché su risa explosivadesde mi coche y no pude evitar re-írme también.—Abre ahora el de Edward y el mío —dijo Alice, con unavoz tan excitada que tenía un tono agudo. Tenía en la mano unpaquete pequeño, cuadrado y plano.Me volví y le lancé a Edward una mirada de basilisco.—Lo prometiste.Antes de que pudiera contestar,Emmett apareció a través dela puerta.—¡Justo a tiempo! —alardeó y se colocó detrás de Jasper, quese había acercado más de lo habitual para tener una vista mejor.—No me he gastado un centavo —me aseguró. Me apartóun mechón de pelo de la cara, dejándome en la piel un levecos-quilleo con su contacto.Aspiré el aireprofundamente y me volví hacia Alice.—Dámelo —suspiré.Emmett rió entre dientes con placer.Tomé el pequeño paquete, dirigiendo los ojos a Edward mien-tras deslizaba el dedo bajo el filo del papel y tiraba de la tapa
—¡Mecachis! —murmuré, cuando el papel me cortó el de-do. Lo alcé para examinar el daño. Solo salía una gota de san-gre del pequeño corte.Entonces, todo pasó muy rápido.—¡No! —rugió Edward.Se arrojó sobre mí, lanzándome contra la mesa. Las dos noscaímos, tirando al suelo el pastel y los regalos, las flores y los pla-tos. Aterricé en un montón de cristales hechos añicos.Jasper chocó contra Edward y el sonido pareció el choque dedos rocas.También hubo otro ruido, un gruñido animal que parecíaproceder de la profundidad del pecho de Jasper. Éste intentóempujar a Edwardaunlado y sus dientes chasquearon a po-cos centímetros de su rostro.Al segundo siguiente, Emmett agarró a Jasper desde detrás,sujetándolo con su abrazo de hierro, pero Jasper se debatió des-esperadamente, con sus ojos salvajes, de expresión vacía fijadosexclusivamente en mí.Nosólo estaba en estado de shock, sino que también sentíapena. Caí al suelo cerca del piano, con los brazos extendidos deforma instintiva para parar mi caída entre los trozos irregula-res de cristal. Justo en aquel momento sentí el dolor agudo ypunzante que me subió desde la muñeca hasta el pliegue delcodo.Aturdida y desorientada, miré la brillante sangre roja que sa-lía de mi brazo y después a los ojos enfebrecidos de seis vam-piros repentinamente hambrientos.

LUNA NUEVA


sábado, 13 de marzo de 2010


Una noche como tantas, Luis llego a su casa, borracho. y como siempre trato de hacer el menor ruido posible para que no se despierte ni su mujer, ni sus hijos. que bastante le recriminaban su adicción al alcohol, entonces, ni siquiera paso por la cocina para darse un mínimo banquete. se recostó en su lado de la cama, medio abrazo a su esposa y se quedo dormido como acostumbraba hacerlo todas las noches. su esposa resignada pensaba en el día que Luis deje su adicción y se dedique mas a ella y sus hijos. pero el a todas sus peticiones siempre respondía "no tengo tiempo". Después de un rato Luis en la profundidad del sueño comenzó a soñar con una muchacha muy hermosa de ojos orientales y como si fuera poco, ella estaba enamorada de el. entonces Luis se dejo llevar por el sueño ya que este era muy hermoso, soñaba que visitaban un pueblito y que eran novios y que todos los veían muy enamorados y se sintió muy bien de eso, lamentablemente la esposa de Luis era de muy mal dormir y en una de sus vueltas despertó al romántico soñador, este, enfurecido al reencontrarse con la realidad de que no esteba con la muchacha de ojos orientales, en su lugar estaba su fea esposa, pensó un poco, se levanto, fue a la cocina y del aparador tomo la botella de vino y bebió dos vasos, una vez saciada su sed se recuesta de nuevo para descansar al fin, pero pensando en todo momento en esa muchacha, fue entonces cuando decidió concentrarse y de alguna manera reengancharse con ese sueño. dio un par de vueltas y el fin lo logro, cuando se dio cuenta que otra vez estaba en el pueblo, busco a la muchacha y en la puerta de una tienda de regalos la encontró, ella al verlo le reprocha que la haya dejado por tanto tiempo, le dice: mi amor hace un mes que no se nada de vos, no te das cuenta que te amo, el no comprendía que en los sueños el tiempo transcurre mas rápido, a esto Luis solo respondió con un abrazo a la joven , un tierno beso, y dentro de su cabeza decia:" yo no tengo una novia así en mi vida real, por que no tengo tiempo" una vez aceptada la forma de disculparse de Luis. el entro en la tienda de regalos para comprar algo para su amada, saluda al vendedor y comienza a recorrer el amplio salón, habían cuadros y jarrones y figuras de cerámica, pero lo que realmente le impacto era un reloj con la forma de un rostro humano, cuando Luis se acerca a este reloj se sintió como paralizado y fue entonces cuando el reloj comenzó a hablarle y mirando a sus ojos, con voz ronca le dijo: que haces acá? no te das cuenta de que ella esta realmente enamorada de vos? que, acaso crees que los sueños, sueños son? mira, vos estas jugando con los tiempos, por que has regresado de tu tiempo y te has metido en el mundo de ella, no te das cuenta de que ella sufre, ahora como castigo sabrás que hablo en serio, pues al despertar de este sueño estarás de rodillas ante mi, y ante mi temerás volver a jugar con los tiempos que se mueven en los sueños. ni bien este personaje termino con su discurso Luis despertó, lo que realmente asombro a su familia fue que estaba en la habitación de uno de sus hijos de rodillas frente a una mesa de luz donde había un gran reloj despertador. los latidos de su corazón se acompasaron con el segundero y no hablo nunca del tema, el siguió con su adicción y el reloj sigue aun en la mesa de luz de su hijo y cada vez que el sueño lo vence aunque le cueste mucho Luis no sueña, y cuando despierta, y su mujer pregunta con que soñó, el responde temeroso: "no soñé con nada, no tengo tiempo para eso..."

viernes, 12 de marzo de 2010


Ella había muerto. Él se encontraba perfectamente, o eso creía, un par de arañazos tal vez. Pero ella no volvería a respirar, y no era plan de echarse uno encima las culpas.
Tomás entró en su casa en último lugar detrás de sus padres y su hermano, con las manos todavía temblorosas y sujetas tras la nuca para no liarse a golpes de rabia. Después de horas de silencio, en las que las miradas lo habían dicho todo, ningún miembro de su familia o de la de ella había tenido el valor de dirigirle de nuevo la palabra. Sin embargo él sabía lo que pensaban, no necesitaba escucharlo porque su cabeza lo repetía sin cesar.
Tomás no sabía llorar. De hecho, no recordaba cuándo lo había hecho por última vez, pero entonces hubiera deseado poder hacerlo, hubiera vendido su alma al diablo para poder romper en llantos y borrar con lágrimas todo lo sucedido. O no, mejor aún, vendería su alma al diablo por una máquina del tiempo, para así ser capaz de regresar a aquel instante de mierda en que salió de la discoteca abrazado a su novia, el sol ya casi despuntaba, y ella le repetía que prefería volver en taxi.
Ey, ¿qué estaba haciendo?, no era momento para ponerse a pensar en tonterías, ella ya no volvería a pedirle nunca nada.
Descargó su cuerpo abatido contra la cama, como a cámara lenta, contando los segundos en su cabeza. El tiempo lánguido y confuso, como flotando en una nube, gravedad cero, mente en blanco y ojos como platos que no ven, sentidos dormidos que no sienten, apenas humedecidos los lagrimales, con la mirada fija en el suelo y la respiración entrecortada. A velocidad de un fotograma por segundo dejó caer la americana desde sus hombros al edredón y sacó la corbata del bolsillo interior. Las mangas de la camisa remangadas hasta los codos y un terrible olor a alcohol, un olor indescriptible, irreconocible, póngame un ron con cola con whisky con agua con licor de plátano con un poco del cuarenta y tres y vodka con limón. Y ese chirrido entre los cristales antes de la oscuridad.
Mientras estaba en el hospital, Tomás sólo pensaba en derrumbarse en su colchón y llorar con la cabeza hundida en la almohada, y sin embargo ahora era incapaz de tumbarse, tan impensable relajarse como imposible le había sido antes, mirar a la cara a su familia y, aún peor, a la de ella. ¿Pero cómo le explicaba a un padre, a esa madre desconsolada y rota, vacía por dentro, que no era sólo él, que todos bebían, que incluso ella lo había hecho? ¿Y cómo volver a hablar a su mejor amigo, el hermano de ella, su compañero desde críos, cómo demostrarle que no quería que aquello sucediera, que nadie, de eso estaba seguro, podía sentirse peor que él en esos momentos?
Por eso era mejor no hablar, mejor guardar silencio, ya que lo que sí era seguro era que ninguno de ellos se iba a molestar siquiera en recomendarle a gritos por dónde tenía que haberse metido él el volante. No estaban para pamplinas.
De manera que Tomás se sentó en el borde de su cama y trató de poner la mente en blanco, se balanceaba sin darse cuenta como un niño asustado al tiempo que intentaba formatear su cerebro. Pálido el rostro ojeroso, sudorosa la frente y frenéticas las manos, demasiado pronto para olvidarlo todo con el runrún todavía de aquella última canción repicando, a lo lejos, en algún lugar de sus tímpanos. Se encerró en su habitación con la boca apretada, los ojos abiertos de par en par con sus respectivas cejas colgadas del flequillo, las ventanillas de la nariz aleteando con cada respiración, musitando de vez en cuando un nombre ininteligible. Le dolía la cabeza, no quería ni podía pensar, sólo miraba aquel puntito en el baldosín del suelo junto a la pata de la silla y tarareaba la dichosa cancioncilla.
No hacía tanto que habían subido al coche, ella con él, y aún hacía menos que habían tenido que sacarlos de entre los hierros, por la ventanilla del conductor, claro. Sólo recordaba un grito, el de ella, y un claxon enloquecido. Cuando volvió a la luz reconoció a su padre sujetando una bolsa de hielo contra su frente y preguntándole sin cesar qué has hecho. No había hablado con los padres de la chica pero recordó haber temblado al leer el letrero d el pasillo de Cuidados Intensivos. Dios fue la última palabra que Tomás pronunció aquella noche, al menos que se entendiera, aunque Dios sólo hubiera llegado a tiempo para él, no para ella. Un milagro dijeron los médicos que examinaron a Tomás, una mierda gritó el padre de ella antes de salir de la habitación y reventar a patadas una máquina de refrescos por no reventarle a él.
Flashes de mil colores y exclamaciones entrelazadas se agolpaban frente a los ojos de Tomás como proyectados en aquel punto del suelo. No podía sacarla de su cabeza. Sus labios temblaban musitando compulsivamente su nombre mientras aquella última imagen iba abandonando su mente tan despacio como antes el espíritu de la muchacha había abandonado su cuerpo, a través, no cabía otra posibilidad, de la ventana rota de Tomás.
Pero él no sabía llorar. Dejó, inconsciente en su balanceo, que su mirada traicionera paseara por las paredes de la habitación arrancando de ellas fotos, dibujos, postales y recuerdos que exhalaban su aroma y cobraban vida ante sus ojos. Ella le había regalado la mitad de aquellas cosas y aparecía en la otra mitad, cómo admitir que ya no lo haría. Aquella película que vieron juntos, ese viaje de verano junto a ella, el día de su cumpleaños, los recibos de sus compras de Navidad, su jerséis olvidados y sus huellas en el aire, todo reflejado en cada rincón de la habitación, todo demasiado a flor de piel. Los arañazos y heridas de su cuerpo escocían sólo de pensar en ella, no podía separar su nombre de sus labios, pero su imagen, debía desterrarla o acabaría matándole. Daba gracias al cielo por no haberla visto debajo de los hierros.
Sumido en el silencio y en la desesperación, Tomás balbuceaba como un niño autista, columpiándose sobre el borde de la cama, apretando con los puños sendos jirones de tela de los muslos. No había sido caro el esmoquin, estos sitios lo requerían, pero el vestido de ella sí que lo era, aquel traje negro precioso que tan bien le sentaba, pero qué bonita estaba. Estaba. Ella.
Tomás repetía uno tras otro en su cabeza los pasos que habían dado los dos juntos esa noche, desde la cena de Nochevieja en casa de sus padres hasta la salida de la fiesta. Ya entonces le dolía todo, y recordó que no veía muy bien, ella también se quejaba, creyó acordarse de que se trataba de los pies por culpa de aquellos largos tacones. A los dos se les iba un poco la cabeza, y era difícil concentrarse en caminar entre tantas risas. Ella estaba preciosa y, como no había amanecido aún, estaban decididos a desayunar churros, como siempre fue de ley en Año Nuevo. Ahora sólo a él le dolía la cabeza, a ella ya no le dolía nada.
Tomás aprendió a llorar aquella noche, pero nunca se lo dijo a nadie. Yo no quería, yo no quería, repetía sin cesar y susurraba su nombre. Algo le dolía por dentro, algo profundo e indescriptible se rompía en su interior pero no sabía darle forma, ponerle un nombre. Pensó que, como en las canciones, podría ser el corazón. La verdad era que dolía y mucho, tal vez demasiado, y no era capaz de localizarlo ni deshacerse de esa sensación. De pronto se dio cuenta de que sus labios se humedecían y no era la saliva, Tomás ya sabía llorar, aunque no se lo quiso contar a nadie.
Su hermano se había escondido en su cuarto, prefería, como Tomás, estar sólo y pensar, no le vendría mal aprender. Sus padres hablaban en el salón. Papá gritaba de vez en cuando, pero Tomás no era capaz, o no quería, entender lo que estaba diciendo, bastante tenía con lo suyo. Mamá si que lloraba de verdad, y no porque fuera experta, sino porque se ponía en el lugar de la madre de ella. Ambos, Papá y Mamá, habrían jurado sobre la Biblia, como los americanos de las películas de juicios, que a Tomás jamás le ocurriría, ¡pero si él no bebía! Bueno, tal vez un poco, pero como todos ¿no? Además, su Tomás era distinto, le habían educado como mejor sabían y era un chico responsable y maduro, joven pero sensato, no querían decir que fuese modélico, pero, por favor, ¡no era Lucifer! Estaban tan seguros de haber hablado lo suficiente con él y de que era consciente de los riesgos y de sus responsabilidades ante ellos que aquello no entraba en sus planes. Vamos, a nuestro Tomasín...
No bebas hijo, y si lo haces, no cojas el coche. Ya lo sé Mamá, no te preocupes. Los padres de Tomás no quisieron hablar con él al volver del Hospital, tampoco les habría escuchado. Sabían dónde y cómo se habían equivocado, pero no sabían cuando, y se sentían tan responsables como él del dolor de aquella otra familia. Decidieron que no podían permitir que el chico cargara con toda la responsabilidad, que era suya, sí, pero su deber como padres era el de apoyarle en esos tan malos momentos y brindar a los familiares de ella todo su cariño y ayuda de cualquier manera. Eso sería lo correcto, y debían anunciárselo a Tomás, tratar de animarle si era posible.
Esperarían un rato a que se tranquilizara, que meditara sólo en su habitación haciéndose consciente de lo que había sucedido y por qué, y entonces acudirían a él para evitar que pudiera agobiarse o deprimirse sin necesidad. Así lo harían, dándole tiempo para que pensara, que reflexionara, que asumiera lo ocurrido y sus consecuencias, que reconstruyera su vida. Pero sabían que tampoco convenía abandonarle en esos momentos, por eso sólo le dejarían a solas un ratillo, no demasiado. Fue horas después, cuando Papá decidió acercarse a su cuarto para ver cómo estaba, cuando encontraron la habitación vacía y una ventana abierta.